Tomás y el poder de las emociones



Había una vez en un pequeño pueblo de Argentina, una escuela muy especial llamada "Escuela de las Emociones". En esta escuela, los niños no solo aprendían matemáticas y ciencias, sino también cómo gestionar sus emociones.

En el primer grado de la escuela, había un niño llamado Tomás. Era un niño muy inteligente y curioso, pero a veces se dejaba llevar por la ira y no sabía qué hacer con ella.

Un día, la maestra Laura decidió enseñarles a los niños sobre la importancia de controlar sus emociones. Los llevó al patio de juegos y les dijo: "Hoy vamos a jugar al juego de las emociones". Los niños se miraron entre sí con curiosidad y emoción.

La maestra Laura les explicó que cada uno tendría una tarjeta con una emoción escrita en ella. Debían actuar como si tuvieran esa emoción sin decir cuál era. Tomás recibió una tarjeta que decía —"enojo" .

Al principio, no sabía cómo mostrar su emoción sin gritar o golpear algo. Pero luego recordó lo que había aprendido en clase: respirar profundamente para calmarse. Tomás cerró los ojos e inhaló profundamente por la nariz mientras contaba hasta tres.

Luego exhaló lentamente por la boca mientras imaginaba que soplaba todas las emociones negativas fuera de su cuerpo. Cuando abrió los ojos, se dio cuenta de que ya no sentía tanta ira como antes.

Se acercó a sus compañeros y actuó como si estuviera enfadado, pero sin hacer daño a nadie ni perder el control. "¡Miren, estoy enojado!", dijo Tomás con una sonrisa. Los demás niños se rieron y aplaudieron.

La maestra Laura les explicó que gestionar las emociones no significa no sentirlas, sino saber cómo expresarlas de manera adecuada. A medida que pasaban los días, la maestra Laura les enseñaba diferentes técnicas para gestionar sus emociones.

Aprendieron a identificar cuándo estaban tristes, felices o asustados, y cómo expresarlo de forma saludable. Un día, mientras jugaban al fútbol en el recreo, Tomás perdió un gol muy importante. Se sintió frustrado y decepcionado consigo mismo.

Antes de que la ira se apoderara de él, recordó lo aprendido en clase. Respiró profundamente y se dio cuenta de que estaba decepcionado pero eso no significaba que fuera un fracaso. Decidió levantarse y seguir intentando hacerlo mejor la próxima vez.

"¡Bien hecho, Tomás! ¡Eso es manejar tus emociones!", exclamó la maestra Laura orgullosa al verlo recuperarse rápidamente. Con el tiempo, todos los niños del primer grado aprendieron a gestionar sus emociones.

Aprendieron a ser amables cuando alguien estaba triste y a celebrar las alegrías de los demás sin envidiarlas. El año escolar llegó a su fin y fue momento de despedirse. Los padres organizaron una pequeña fiesta para celebrar todo lo que habían aprendido durante el año en "La Escuela de las Emociones".

Tomás miró a sus amigos con cariño y gratitud por haber compartido esta experiencia juntos. Sabía que, gracias a lo que habían aprendido, serían capaces de enfrentar cualquier desafío emocional que se les presentara en el futuro.

Y así, con una sonrisa en sus rostros y los corazones llenos de conocimiento, los niños del primer grado de la "Escuela de las Emociones" se despidieron sabiendo que habían adquirido una valiosa herramienta para toda la vida: la capacidad de gestionar sus emociones.

FIN.

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