Tomás y la montaña rusa emocionante



Había una vez un niño llamado Tomás, de 8 años, que siempre había soñado con subir a la montaña rusa más grande y emocionante del parque de diversiones.

A pesar de su corta edad, Tomás era valiente y aventurero, y no veía la hora de probar la increíble sensación de velocidad y adrenalina que prometía la montaña rusa. Un día soleado, Tomás finalmente convenció a sus padres para que lo llevaran al parque.

Estaba tan emocionado que apenas podía contener su alegría. Cuando llegaron a la entrada del parque de diversiones, corrió directo hacia la imponente montaña rusa. Sus padres lo miraban con orgullo y un poco de preocupación por su pequeño hijo.

"Tomás, ¿estás seguro de querer subir a esa montaña rusa tan grande? Puede ser muy emocionante pero también un poco intimidante", le dijo su mamá con cariño. Tomás asintió con determinación y una gran sonrisa en su rostro.

No iba a dejarse amedrentar por nada ni nadie. Se acercó a la fila de espera junto a sus padres, quienes lo acompañaban en esta gran aventura. Después de unos minutos que se le hicieron eternos, llegó el momento esperado.

Era su turno de subir a la montaña rusa. Con paso decidido y sin titubear, Tomás se sentó en uno de los vagones delanteros junto a un grupo de adolescentes que lo miraban sorprendidos.

La montaña rusa comenzó lentamente su ascenso por las vías hasta llegar a la cima. Desde allí arriba, Tomás podía ver todo el parque extendiéndose bajo sus pies como un mundo mágico lleno de colores y risas.

"¡Qué emoción!", exclamó Tomás mientras una mezcla de nerviosismo y felicidad invadían su corazón. Y entonces, sin previo aviso, el vagón se lanzó en picada por las vías rápidamente. El viento soplaba fuerte en su rostro mientras giraban y daban vueltas a toda velocidad.

Los gritos se mezclaban con risas y aplausos entre los pasajeros. Tomás cerraba los ojos instintivamente en cada curva cerrada pero luego los abría rápidamente para disfrutar al máximo cada segundo de esa experiencia única e inolvidable.

Finalmente, después de varios giros vertiginosos y subidas empinadas, la montaña rusa llegó a su fin con un frenazo brusco que sacudió todo su cuerpo. Tomás bajó del vagón temblando pero con una sonrisa gigante dibujada en el rostro.

Sus padres corrieron hacia él llenos de emoción. "¡Tomás! ¡Lo lograste! ¡Estamos tan orgullosos!", exclamaron abrazándolo fuertemente. "¡Fue increíble! ¡Quiero volver a subir!", gritaba Tomás emocionado como nunca antes lo había estado.

Desde ese día, Tomás aprendió que enfrentar nuestros miedos puede llevarnos a vivir las experiencias más maravillosas e inolvidables. Y así fue como ese valiente niño descubrió que no hay límites para alcanzar nuestros sueños si tenemos el coraje suficiente para perseguirlos hasta el final.

FIN.

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