Tomás y la pantalla olvidada


Había una vez un niño llamado Tomás que vivía en la ciudad de La Serena, en Chile. Tomás era un niño muy curioso y siempre estaba buscando nuevas aventuras para vivir.

Un día, mientras jugaba en su casa, se dio cuenta de que la televisión se había roto.

- ¡Oh no! - exclamó Tomás con tristeza - ¿Cómo voy a entretenerme ahora? Tomás sabía que sus abuelos vivían en el pueblo de Freirina, así que decidió ir a visitarlos para contarles lo ocurrido y ver si tenían alguna idea para arreglar la televisión. Cuando llegó a la casa de sus abuelos, les contó lo sucedido y todos juntos comenzaron a buscar soluciones.

- Bueno, Tomás - dijo su abuelo - podríamos intentar llamar al técnico para que repare la televisión. - Pero eso podría llevar mucho tiempo y dinero - respondió el niño preocupado. Entonces, fue su abuela quien tuvo una idea brillante.

- ¿Y si aprovechamos este tiempo sin televisión para hacer algo diferente? Podríamos jugar juegos de mesa o leer libros juntos. Incluso podríamos hacer una excursión al campo con nuestro gato Simón.

A Tomás le encantó la idea y rápidamente empezaron a planear su aventura. Empacaron algunas provisiones y se dirigieron al campo junto con Simón. Mientras caminaban por los hermosos paisajes de Freirina, descubrieron plantas exóticas, animales silvestres e incluso encontraron un río cristalino donde pudieron refrescarse del caluroso día.

- ¡Esto es mucho más divertido que ver televisión! - exclamó Tomás emocionado. Pasaron el día explorando y disfrutando de la naturaleza. Al regresar a casa, Tomás se dio cuenta de que no había extrañado en absoluto la televisión rota.

- Abuelos, gracias por enseñarme que hay muchas cosas maravillosas para hacer sin necesidad de estar pegados a una pantalla. Hoy he aprendido que puedo divertirme y aprender de diferentes maneras.

Sus abuelos sonrieron orgullosos y le dieron un fuerte abrazo. A partir de ese día, Tomás comenzó a explorar nuevas actividades: leer libros, jugar al aire libre con Simón e incluso ayudaba a sus abuelos en el jardín.

Descubrió que había infinitas formas de divertirse y aprender sin depender de la televisión. Y así, Tomás comprendió que los momentos compartidos con sus seres queridos eran mucho más valiosos que cualquier programa o película en la televisión.

Aprendió a valorar las pequeñas cosas y siempre recordaría aquella aventura en Freirina como una lección importante en su vida.

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