Tomás y la tortuga sabia



Había una vez un hipopótamo muy travieso llamado Tomás. A Tomás le encantaba explorar y aventurarse por todos los rincones del río donde vivía con sus padres, Marta y Juan.

Un día soleado, mientras jugaba cerca de la orilla, Tomás se distrajo persiguiendo una mariposa colorida y cuando levantó la cabeza, ¡se dio cuenta de que estaba perdido! No podía ver a sus padres por ninguna parte. Tomás comenzó a buscar desesperadamente a Marta y Juan.

Corrió de un lado a otro del río preguntando a cada animalito si habían visto a sus papás. Pero nadie parecía saber dónde estaban. Desanimado y con lágrimas en los ojos, Tomás decidió sentarse bajo un árbol para descansar un poco.

Fue entonces cuando escuchó una voz suave que lo llamaba desde el otro lado del río. - ¡Hola, pequeño hipopótamo! ¿Estás perdido? - dijo una tortuga amablemente.

Tomás miró alrededor y vio a la tortuga asomándose desde detrás de las ramas de un arbusto cercano. - Sí, estoy perdido - respondió Tomás con tristeza -, no puedo encontrar a mis papás en ningún lugar. La tortuga sonrió comprensivamente y se acercó despacito hacia él.

- No te preocupes, pequeño amigo - dijo la tortuga tranquilamente -. Estoy segura de que tus padres están buscándote ahora mismo. Pero mientras tanto, permíteme ayudarte.

Conozco el río como la palma de mi mano y puedo llevarte a un lugar seguro donde puedas esperarlos. Tomás se sintió aliviado al saber que alguien estaba dispuesto a ayudarlo. Asintió con la cabeza y siguió a la tortuga mientras cruzaban el río juntos.

Durante su caminata, la tortuga le contó historias sobre otros animales del río y cómo cada uno encontraba su camino de regreso a casa cuando se perdían. Tomás escuchaba atentamente, aprendiendo valiosas lecciones sobre la importancia de prestar atención y seguir las señales en su entorno.

Finalmente, llegaron a una pequeña isla rodeada de hermosos nenúfares. La tortuga le indicó a Tomás que podía quedarse allí hasta que sus padres lo encontraran.

- Recuerda, pequeño hipopótamo - dijo la tortuga con cariño -, tus papás te aman mucho y harán todo lo posible por encontrarte. Solo tienes que tener paciencia y mantener la esperanza. Tomás asintió con determinación y se instaló en la isla.

Pasaron los días, pero Tomás nunca perdió la esperanza de reunirse con sus padres nuevamente.

Un día soleado, mientras descansaba junto al agua, Tomás vio algo familiar moviéndose en el horizonte: ¡eran Marta y Juan! Los dos hipopótamos nadaron hacia él tan rápido como pudieron, llenos de alegría por haberlo encontrado sano y salvo. - ¡Oh mi querido hijo! - exclamó Marta emocionada -.

¡Hemos estado buscándote sin parar! Tomás abrazó a sus padres con fuerza y les contó todo sobre su aventura y cómo la tortuga amable lo había ayudado. - Gracias, querida tortuga - dijo Juan con gratitud cuando finalmente se encontraron con ella -. Tu bondad y sabiduría han llevado a nuestro hijo de vuelta a nuestros brazos.

La tortuga sonrió humildemente y respondió:- Solo hice lo que cualquier buen amigo haría. Ahora, pequeño Tomás, recuerda siempre prestar atención y seguir las señales para no perderte nuevamente. Y recuerda también que siempre hay alguien dispuesto a ayudarte cuando te encuentres en apuros.

Tomás asintió con gratitud y prometió recordar todas las lecciones aprendidas durante su travesía. Desde ese día en adelante, el hipopótamo travieso se convirtió en un hipopótamo más atento y responsable, siempre al lado de sus amorosos padres.

Y así, Tomás aprendió que incluso cuando nos perdemos, siempre hay esperanza si mantenemos la fe y buscamos ayuda en los demás.

FIN.

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