Tomás y los Zombies Estrella del Escenario



Era una tarde soleada en la ciudad de Buenos Aires, los niños jugaban en el parque y las familias paseaban por las calles.

De repente, un extraño sonido se escuchó a lo lejos, era como si alguien estuviera corriendo muy rápido. Los niños se asomaron alrededor del parque para ver qué sucedía y vieron algo que nunca habían visto antes: ¡zombies corriendo por la calle! Los zombies eran rápidos y parecían estar persiguiendo algo o alguien.

Los niños comenzaron a asustarse y corrieron hacia sus casas. Pero entre ellos había un niño llamado Tomás que no tenía miedo. - ¿Qué está pasando? -preguntó Tomás a un adulto que estaba cerca.

- Parece que hay unos zombies sueltos por ahí -respondió el señor preocupado-. Es mejor que vayas a casa y te mantengas seguro. Pero Tomás no quería irse a casa, él quería ayudar.

Sabía que tenía que hacer algo para detener a los zombies antes de que lastimaran a alguien. Decidió seguirlos para ver adónde iban. Corrió detrás de ellos durante varias cuadras hasta llegar al centro de la ciudad donde encontró una multitud reunida frente al Teatro Colón.

- ¿Qué está pasando aquí? -preguntó Tomás a uno de los espectadores. - Estos zombies están persiguiendo al director del teatro porque no les permitió participar en una obra -explicó el hombre-. Ahora están tratando de atraparlo para vengarse.

Tomás sabía lo importante que era el teatro para la ciudad y decidió que tenía que hacer algo para ayudar. Se acercó a los zombies y les preguntó por qué estaban haciendo eso.

- ¡El director nos negó la oportunidad de actuar! -gritó uno de los zombies. Tomás se dio cuenta de que los zombies solo querían tener una oportunidad, así que decidió hablar con el director del teatro.

Le explicó la situación y le pidió que les diera una oportunidad para demostrar su talento. El director aceptó y organizó una audición para los zombies. Resulta que eran muy buenos bailarines y cantantes, y así fue como se convirtieron en parte del espectáculo principal del teatro.

Los niños y las familias de la ciudad estaban felices de ver a los zombies bailando en el escenario, mientras Tomás estaba orgulloso de haber resuelto un problema importante en su ciudad.

Desde ese día, los zombie ya no corrían por las calles persiguiendo al director del teatro sino que se preparaban para cada función, emocionados por mostrar su talento al público.

Y Tomás aprendió lo valioso que es dar segundas oportunidades a aquellos que parecen diferentes o extraños, porque todos merecemos ser valorados por quiénes somos realmente.

FIN.

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