Tomás y su Camita Mágica



Era una noche tranquila en la casa de Tomás. Como siempre, después de jugar todo el día, llegó el momento de prepararse para dormir. Primero, se duchó. El agua tibia caía suavemente, y Tomás hacía burbujas con el gel de baño.

- ¡Mamá, mira cuántas burbujas hago! - exclamó mientras reía.

- ¡Qué bien, campeón! Pero no olvides enjuagarte bien - recordó su mamá mientras lo observaba desde la puerta.

Después de la ducha, Tomás se cepilló los dientes. Lo hacía con tanto entusiasmo, que a veces se olvidaba de escupir la pasta.

- ¡Mamá, mis dientes son como los de un delfín! - dijo con la boca llena de espuma.

- ¡Jajaja! Claro, pero ahora no olvides enjuagar - respondió su mamá, riendo.

Finalmente, Tomás fue al baño a hacerse pipí. No quería que nada interrumpiera su sueño. Cuando terminó con su rutina, él se sentía como un verdadero superhéroe dispuesto a enfrentarse a la noche.

Se metió en su cama, pero al apagar la luz, una sombra lo envolvió. El silencio de la habitación lo asustó un poco y se acurrucó bajo las sábanas.

- Mamá... - llamó con un hilo de voz.

Al instante, su mamá apareció en el umbral de la puerta.

- ¿Qué pasa, cariño? - le preguntó suavemente.

- Tengo un poco de miedo... - admitió Tomás, mirando sus pies.

- No hay nada de qué preocuparse, mi amor. La oscuridad puede parecer aterradora, pero tú estás a salvo aquí - lo consoló su mamá, acercándose a su cama.

- Pero no puedo ver nada... - dijo Tomás, mirando hacia el techo.

- Así es, pero recuerda que yo siempre estoy aquí para cuidar de ti. ¡Duérmete tranquilo! Te quiero mucho - le dijo su mamá apagando la luz con un suave clic.

En cuanto la oscuridad del dormitorio lo envolvió, algo maravilloso sucedió.

- Buenas noches, Tomás... - susurró la cama.

Tomás se quedó sorprendido y casi se cae de la cama.

- ¿Quién habló? - preguntó, mirando a su alrededor.

- Soy tu camita mágica, y estoy aquí para protegerte en las noches - respondió la cama con una voz suave y reconfortante.

- ¿De verdad? - preguntó Tomás, sintiendo curiosidad.

- Sí, Tomás. Yo cuido a los niños mientras duermen. Así que no temas, yo te abrigo y te ayudo a soñar - dijo la cama.

Aprovechando la oportunidad, Tomás indagó:

- ¿Y qué pasa con los monstruos?

- No te preocupes por eso. Esa es mi tarea más especial. Los monstruos no pueden entrar aquí porque les tengo miedo a los buenos sueños que tengo contigo - explicó la cama.

- ¡Eso es genial! - dijo Tomás, sintiéndose más relajado.

- Cierra tus ojos y piensa en tus aventuras favoritas. Estoy aquí para llevarte a mundos mágicos mientras duermes - le aseguró la cama.

Tomás cerró los ojos y empezó a imaginarse volando por encima de montañas, explorando islas llenas de tesoros y jugando con dragones amistosos.

Con cada susurro de su camita mágica, los temores de Tomás desaparecieron, y se dejó llevar por un profundo sueño.

La noche pasó silenciosa y tranquila. Cuando despertó al día siguiente, el sol iluminaba la habitación. Tomás sonrió y se estiró.

- ¡Buenos días, Tomás! - dijo su camita mágica.

- ¡Buenos días! Gracias por cuidarme anoche - respondió Tomás, sintiéndose valiente y feliz.

- Recuerda, siempre estaré aquí para protegerte. Sólo tienes que cerrar los ojos y dejarte llevar por los sueños - le sonrió la cama.

Desde ese día, Tomás disfrutó de cada noche como una nueva aventura, sabiendo que su camita mágica siempre lo acompañaría.

Y así, cada vez que se iba a dormir, en lugar de miedo, sentía emoción por las maravillas que lo esperaban en su mundo de sueños.

Fin.

FIN.

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