Travesuras con Abuela Matilde


Había una vez en un pequeño pueblo, tres traviesos niños llamados Tomás, Martina y Lucas. Ellos siempre estaban buscando nuevas aventuras para divertirse.

Un día, decidieron visitar a su abuela Matilde, quien vivía en una casa acogedora en las afueras del pueblo. Al llegar a la casa de la abuela Matilde, los niños notaron que ella estaba un poco triste y solitaria. Decidieron entonces alegrarle el día con algo especial.

Fue así como se les ocurrió organizar un "Día de juegos" para su abuela. "¡Abuelita Matilde! Hoy vamos a jugar juntos todo el día", exclamó Martina emocionada. La abuela Matilde sonrió con ternura ante la propuesta de sus nietos y aceptó encantada.

Los niños sacaron todos los juegos de mesa que tenían: cartas, damas chinas, rompecabezas y muchos más. Comenzaron a jugar y reír juntos, creando recuerdos inolvidables.

A medida que pasaban las horas, la abuela Matilde se sentía cada vez más feliz y animada gracias a la compañía de sus queridos nietos. Los niños también estaban felices al verla sonreír y disfrutar tanto.

Sin embargo, cuando llegó la hora de cenar, los niños notaron que no tenían suficiente comida para compartir con su abuela. Fue entonces cuando recordaron que habían plantado unas semillas en el jardín hacía algunas semanas. Corrieron hacia afuera y descubrieron que las semillas habían crecido hermosas verduras: zanahorias, tomates, pimientos y lechugas.

"¡Abuelita! ¡Vamos a prepararte una cena deliciosa con las verduras que cultivamos!", exclamó Lucas emocionado. La abuela Matilde estaba sorprendida y emocionada por el gesto tan amoroso de sus nietos. Juntos cosecharon las verduras e hicieron una deliciosa ensalada para cenar.

La abuela Matilde nunca había probado algo tan fresco y sabroso.

Después de cenar, los niños propusieron dormir todos juntos en el living viendo películas hasta quedarse dormidos en un gran colchón inflable que habían preparado especialmente para esa noche tan especial. Al día siguiente, al despertar rodeada de sus nietos riendo y jugando cerca suyo, la abuela Matilde sintió una profunda felicidad en su corazón.

Había pasado uno de los días más maravillosos junto a ellos gracias a su amor incondicional y creatividad para hacerla feliz. Desde aquel día, los niños visitaban regularmente a su abuela Matilde para seguir compartiendo momentos especiales juntos llenos de risas, juegos y mucho cariño.

Y así demostraron que no hace falta nada extraordinario para hacer feliz a alguien; solo basta con estar presente y mostrar amor sincero hacia aquellos que nos importan.

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