Trazos de pasión



Había una vez en un pequeño pueblo de Argentina, un niño llamado Serafín. Serafín era muy atlético y destacaba en todos los deportes que practicaba, pero a pesar de su habilidad, nunca sentía la pasión por ellos.

Un día, mientras paseaba por el centro del pueblo, se detuvo frente a un teatro donde se estaba presentando un hermoso vals. Serafín quedó hipnotizado por la elegancia y gracia de los bailarines.

Sus ojos brillaban de emoción al ver cómo se movían al compás de la música.

En ese instante supo lo que realmente quería hacer en la vida: ¡bailar! Sin embargo, al regresar a casa y contarle a su madre sobre su nuevo sueño, ella no pudo contener la risa. "¡Bailarín! ¿Pero eso es para chicas, Serafín? Tú eres tan bueno en los deportes, deberías enfocarte en eso", le dijo su madre con una sonrisa burlona.

Serafín sintió como si le hubieran apagado una luz dentro de él. Se preguntaba si tal vez su madre tenía razón y si realmente no podía ser bailarín solo porque era varón.

Pero luego recordó lo feliz que se había sentido viendo el vals y decidió seguir adelante con su sueño. Decidió buscar al maestro de baile del teatro y pedirle que le enseñara a bailar. El maestro, impresionado por la determinación de Serafín, aceptó encantado.

A partir de ese día, Serafín asistía todas las tardes a sus clases de baile. Al principio fue difícil para él acostumbrarse a los nuevos movimientos y posturas elegantes que requería el baile, pero con práctica constante y dedicación logró mejorar rápidamente.

Pronto descubrió que tenía un talento natural para el baile que ni siquiera él mismo conocía. Una tarde, el teatro anunció un concurso de talentos donde cualquier persona podía participar mostrando sus habilidades especiales.

Serafín vio esta como la oportunidad perfecta para demostrarle a todos lo mucho que amaba bailar. El día del concurso llegó y Serafín subió al escenario con confianza. La música comenzó a sonar y él dejó que su cuerpo se moviera al ritmo sin pensar en nada más.

Realizó giros perfectos, saltos elegantes y expresiones faciales llenas de emoción. Al finalizar su presentación, el público estalló en aplausos y vítores.

Incluso su madre estaba entre ellos, con lágrimas en los ojos por el orgullo que sentía hacia su hijo valiente y talentoso. Desde ese día en adelante, Serafín siguió persiguiendo su pasión por el baile sin importarle lo que dijeran los demás. Se convirtió en un bailarín reconocido no solo en su pueblo sino también en todo el país.

La historia de Bailarín Serafín nos enseña que debemos seguir nuestros sueños sin importar las expectativas o prejuicios sociales; cada uno tiene derecho a ser quien realmente es y hacer aquello que ama profundamente.

FIN.

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