Un amigo en el infierno



Había una vez un lugar llamado el infierno, donde vivía el diablo. El diablo era un hombre feo, su piel era de color rojo y tenía unos enormes cuernos en la cabeza.

Aunque todos le temían por su apariencia, en realidad, el diablo solo quería tener amigos y ser aceptado. Un día, mientras paseaba por el infierno, el diablo se encontró con un pequeño demonio llamado Lucas.

Lucas también era diferente a los demás demonios; tenía alas de murciélago y dientes muy afilados. Pero a pesar de sus diferencias físicas, ambos se hicieron amigos al instante. "Hola, ¿cómo te llamas?", preguntó el diablo con una sonrisa amigable. "Soy Lucas", respondió tímidamente el pequeño demonio.

Ellos pasaron mucho tiempo juntos jugando y explorando las cuevas del infierno. El diablo comenzó a darse cuenta de que no importaba cómo luciera por fuera; lo que realmente importaba era cómo trataba a los demás.

Un día, mientras caminaban cerca del río de lava del infierno, escucharon un débil llanto proveniente de una cueva oscura. Se acercaron rápidamente para descubrir qué estaba sucediendo y encontraron a un pequeño gatito atrapado entre las rocas.

El gatito estaba asustado y herido. El diablo decidió ayudarlo y lejos de hacerle daño como todos esperarían que hiciera debido a su aspecto "diabólico", usó sus manos grandes pero cuidadosas para liberar al gatito.

"¡Gracias, gracias!", dijo el gatito con un maullido débil. El diablo sonrió y respondió: "No hay de qué, pequeño amigo. Todos merecen una segunda oportunidad". Desde ese día, el diablo se convirtió en el protector de los animales del infierno.

Ayudaba a los pájaros a construir nidos seguros y regalaba agua fresca a las serpientes sedientas. Los demás demonios no podían creer lo que veían; su líder, el diablo, ahora era conocido por su bondad y amor hacia los animales.

Poco a poco, la noticia de la transformación del diablo se extendió por todo el infierno. Muchos demonios comenzaron a cambiar su forma de tratar a los demás y aprendieron que no se debe juzgar a alguien solo por su apariencia.

Un día, cuando el diablo estaba ayudando a unas mariposas heridas en un prado lleno de flores negras, apareció un ángel llamado Sofía. Sofía había escuchado hablar sobre la transformación del diablo y quería verlo con sus propios ojos.

Cuando vio al diablo rodeado de mariposas felices y sonriendo mientras las curaba con cuidado, Sofía supo que debía darle una oportunidad al diablo para demostrar que también podía ser bueno. —"Hola" , dijo tímidamente Sofía. "¡Hola! ¿Quieres ayudarme?", respondió emocionado el diablo.

A partir de ese momento, el diablo y Sofía se hicieron amigos inseparables. Juntos enseñaron al infierno sobre la importancia de aceptar las diferencias y tratar a los demás con amabilidad y respeto.

Y así, el diablo demostró que no importa cómo luzcamos por fuera, lo que realmente importa es cómo somos en nuestro interior.

El infierno se convirtió en un lugar más cálido y acogedor, donde todos aprendieron a valorar las cualidades de cada uno sin juzgar su apariencia. Fin.

FIN.

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