Un Amigo Inesperado
Era una hermosa tarde de primavera en la pradera. Las flores brillaban con sus colores vibrantes y el sol resplandecía en el cielo azul. Martita, la abeja bromista, zumbaba de flor en flor buscando néctar. A ella le encantaba hacerle bromas a sus amigos, haciéndolos reír con sus travesuras.
Mientras tanto, en la sombra de un gran árbol, Chencho, la cebra, trataba de concentrarse en la tarea de contar cuántas rayas tenía en su cuerpo. Pero cada vez que contaba, ¡se distraía!"Uno, dos, tres... ¡Ay, mirá esa mariposa!" - exclamó Chencho, olvidándose del conteo y corriendo detrás de la mariposa.
Martita, al ver a Chencho tan distraído, sonrió. Era la oportunidad perfecta para hacer una broma.
"¡Hola, Chencho!" - dijo Martita, aterrizando suavemente cerca de él.
"¡Hola!" - respondió Chencho, mirándola con curiosidad. "¿No ves que estoy contando?"
"Ah, claro. ¿Pero cuántas rayas tienes?" - preguntó la abeja, haciéndose la desentendida.
Chencho empezó a contar nuevamente, pero sus pensamientos volaban por todas partes. De repente, mientras se movía, la abeja Martita dio un salto y, sin querer, lo picó en una pata.
"¡Ay!" - gritó Chencho, sorprendido. "¿Por qué me hiciste eso? !"
"¡Lo siento!" - dijo Martita, tratando de contener la risa. "No fue intencional, sólo me emocioné."
"No me gusta que me piquen" - se quejó el enojón Chencho. "Siempre estás bromeando, y yo solo quiero contar mis rayas."
Martita, a pesar de que Chencho estaba enojado, decidió acercarse un poco más.
"Dame una oportunidad, amigo. ¿Te gustaría que jugáramos juntos? Te prometo que no te picaré más" - propuso la abeja con una sonrisa.
Chencho dudó, pero algo en esa abeja tan risueña lo hizo pensar. Después de un momento, aceptó.
"Está bien, pero solo si prometés no picarme más" - dijo Chencho, todavía un poco molesto.
Así, Martita y Chencho comenzaron a jugar. Martita enseñó a Chencho a hacer zancadas grandes como las suyas, mientras Chencho intentaba volar como ella, aunque solo podía brincar.
"¡Mirá! ¡Puedo dar saltos enormes!" - gritó Chencho mientras saltaba de alegría.
"Y yo puedo hacer acrobacias!" - dijo Martita mientras volaba en círculos a su alrededor.
Ambos se reían, disfrutando de la tarde. Sin embargo, en medio de su diversión, Chencho se distrajo nuevamente. Se alejó un poco y comenzó a contar las hojas de un arbusto cercano.
"Uno, dos, tres..." - murmuraba. Mientras tanto, Martita decidió hacerle una broma de nuevo y se escondió detrás de una flor.
"¡Boo!" - exclamó cuando Chencho pasó.
"¡Ahhh!" - Chencho saltó, casi se resbala y comenzó a reírse.
"¡Esa fue muy buena!" - admitió el gracioso Chencho. "Pero... todavía quiero saber cuántas hojas hay aquí..."
Martita sonrió y decidió ayudar a su nuevo amigo.
"¡Hagámoslo juntos!" - propuso. "De este modo, puedes concentrarte y no te distraerás. ¡Yo contaré las hojas mientras tú saltas y las miras!"
Con Martita a su lado, Chencho se sintió feliz y menos enojado. Juntos contaron las hojas, y Chencho logró concentrarse mucho más. Al final, se dieron cuenta de que había diez hojas en total.
"¡Lo logramos! ¡Somos un equipo!" - exclamó Chencho emocionado.
"Sí, ¡y no me picaste esta vez!" - rió Martita.
Desde ese día, Martita y Chencho se volvieron los mejores amigos. Aprendieron que aunque eran diferentes, sus diferencias los hacían complementarse de una manera única. Martita ayudaba a Chencho a no distraerse tanto, mientras que Chencho mostraba a Martita la importancia de la paciencia. Juntos, vivieron muchas aventuras y bromas, disfrutando de cada día en la pradera llena de flores.
Y así, en una tarde de primavera, nació una hermosa amistad entre una abeja bromista y una cebra distraída.
"¿O sea que por un piquete en la pata, encontramos una amistad?" - dijo Chencho riendo.
"¡Exacto!" - respondió Martita. "Que cada día sea una nueva aventura, amigo."
Y así, con una sonrisa y muchas más travesuras por venir, Martita y Chencho siguieron disfrutando de sus días juntos, aprendiendo el uno del otro y creando recuerdos inolvidables.
FIN.