Un Amistoso Encuentro



Había una vez, en un pequeño pueblo de Argentina, un niño llamado Mateo que vivía en la ciudad. A Mateo le encantaba la vida bulliciosa de la ciudad; el ruido de los autos, las luces brillantes y el sabor de las comidas rápidas. Pero a veces, sentía que algo le faltaba, como un suave viento que acaricia su cara.

Un día, su maestra anunció una excursión al campo. "Vamos a conocer un lugar muy diferente a nuestra ciudad", dijo. Mateo se sintió emocionado, pero también un poco confundido. "¿Qué habrá de divertido en el campo?", pensó.

Llegó el día de la excursión y los niños subieron al colectivo. Después de un largo viaje, llegaron a un hermoso campo lleno de verdes pastos y flores de colores. Mateo no podía creer lo que veía. "¡Qué lugar tan diferente!", exclamó al bajarse.

Mientras exploraban, conocieron a una niña llamada Luna, que vivía en una granja. "Hola, yo soy Luna. Bienvenidos a mi hogar. ¿Quieren conocer a mis animales?", preguntó con una sonrisa radiante.

Mateo y sus compañeros miraron a su alrededor, maravillados. Ver caballos, vacas, y gallinas era algo que nunca habían visto de cerca. "Sí, queremos conocerlos!", respondieron emocionados.

Luna llevó a los niños a un claro donde estaban sus animales. "Aquí está Flor, mi yegua. Es muy tranquila y le encanta que le acaricien la cabeza", dijo Luna mientras acariciaba a Flor.

Mateo se acercó un poco tímido, y cuando tocó la suave crin del caballo, sintió una conexión especial. "Nunca había estado tan cerca de un animal", dijo asombrado.

Mientras jugaban con los animales, una nube oscura apareció en el cielo y comenzó a llover. Todos corrieron a refugiarse en el galpón de la granja. "No hay problema, la lluvia siempre trae cosas buenas", comentó Luna mientras los hacía reír con sus historias sobre cómo sus abuelos solían bailar bajo la lluvia.

De repente, escucharon un ruido. Era un pequeño corderito que había quedado atrapado en una cerca. "¡Oh no!", gritó Mateo. "¡Tenemos que ayudarlo!".

Luna asumió el liderazgo. "Vengan, tenemos que trabajar juntos!", dijo. Mateo y sus amigos se unieron a Luna y começaram a liberar al corderito. Con su esfuerzo conjunto, finalmente lograron liberarlo. "¡Hurra!", gritaron todos.

El corderito, agradecido, saltó y brincó alrededor de ellos. Mateo se sintió feliz y orgulloso de haber ayudado. "Nunca pensé que ayudar a un animal podría hacerme sentir tan bien!".

Luego, la lluvia paró y se asomó un brillante arcoíris. "Miren, un arcoíris!", exclamó Luna. Para Mateo, ese arcoíris simbolizaba la amistad entre ellos.

Cuando llegó la hora de regresar a la ciudad, Mateo no quería irse. "¿Puedo volver?", preguntó a Luna.

"Por supuesto! Aquí siempre serás bienvenido. Y tú también, chicos!", contestó Luna con una sonrisa.

En el colectivo de regreso, Mateo miró por la ventana, recordando el campo, a los animales y a su nueva amiga. Comprendió que había tanto que aprender del campo, y que la vida en la ciudad no era la única forma de vivir aventuras.

Y así, Mateo prometió nunca olvidar lo que había aprendido: que la amistad y la solidaridad pueden florecer en cualquier lugar, ya sea en el bullicio de la ciudad o en la calma del campo.

FIN.

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