Un Bosque de Amistad
Era un hermoso día de primavera en el Bosque Encantado. Tres amigos, Martina, Tomás y Lucas, decidieron aventurarse a explorar el lugar. Con sus mochilas llenas de bocadillos y una brújula que había pertenecido al abuelo de Tomás, se sintieron listos para cualquier desafío.
Mientras caminaban entre los árboles, findieron a Don Eladio, un anciano que vivía en una cabaña en el bosque. Don Eladio era conocido por sus relatos de aventuras y su sabiduría. Los niños nunca se habían atrevido a hablar con él, pero esa mañana, decidieron acercarse.
"Hola, Don Eladio! ¿Está bien que nos acerquemos?" –dijo Martina con timidez.
"¡Por supuesto, pequeños! Siempre soy feliz de recibir visitas. ¿Qué los trae por aquí?" –respondió Don Eladio, sonriendo.
Así, los tres amigos se sentaron a su alrededor y comenzaron a charlar. Don Eladio les contó sobre un tesoro escondido en el bosque, un antiguo árbol que supuestamente concedía un deseo a quienes cultivaran la amistad y el respeto entre ellos.
"El secreto está en la bondad y la colaboración. Si logran trabajar juntos, encontrarán el camino al tesoro", les dijo el anciano.
"¡Vamos a buscarlo!" –exclamó Tomás, entusiasmado.
Los niños decidieron emprender la búsqueda del árbol. Después de caminar un rato, encontraron un claro con un enorme árbol. Sin embargo, pronto se dieron cuenta de que había un gran charco de barro que bloqueaba el camino.
"No puedo ensuciarme los zapatos nuevos... No sé si quiero cruzar!" –dijo Lucas, mirando el barro con desagrado.
"Pero si no lo hacemos, no podremos llegar al árbol", respondió Martina.
Entonces, Don Eladio interrumpió:
"A veces hay que dejar de lado nuestros miedos y ser valientes. Si colaboran, seguro encontrarán una forma de cruzar."
Los niños se miraron entre ellos. Tomás tuvo una idea:
"Si hacemos una cadena humana, podríamos sostenernos y cruzar juntos!"
"¡Eso suena genial!" –dijo Martina entusiasmada. "¿Te animás, Lucas? ¡Lo haremos todos juntos!"
Lucas dudó por un momento, pero asintió, decidido a no quedarse atrás. Juntando sus fuerzas, se tomaron de las manos y poco a poco comenzaron a cruzar el barro. Al llegar al otro lado, todos se abrazaron con alegría.
"¡Lo logramos! ¡Juntos todo es más fácil!" –gritó Tomás con entusiasmo.
Al llegar al gran árbol, comenzaron a hacer una pequeña fogata para calentar las carnes que habían llevado. Mientras se cocinaban, Jorge, un dieciseis años que solía ser el mejor frutalero del pueblo y provenía de un hogar complicado se acercó a los chicos. Se había escapado de la casa en su frustración.
"Hola chicos... me están como sacando una ensalada pero no tengo nada para ayudar..." -dijo Jorge avergonzado.
Martina, con su corazón lleno de amabilidad, dijo:
"¡Podés quedarte con nosotros! Siempre hay un lugar para un amigo, y así podríamos compartir."
Esto hizo sonreír a Jorge, pero a su vez sintió vergüenza.
"Gracias, pero no tengo comida para compartir con ustedes..." –dijo con la mirada baja.
"No importa eso. La amistad se basa en compartir momentos, no solo comida. ¡Ven!" –dijo Tomás.
Juntos, compartieron la comida y contaron historias. Jorge se sintió aceptado y querido, y su sonrisa se fue iluminando poco a poco.
Al caer la tarde, llegó el momento de hacer su deseo al árbol.
"¿Qué deseamos?" –preguntó Martina.
"Yo deseo que sigamos siendo amigos siempre", dijo Tomás.
"¡Sí! Yo deseo que haya más días como hoy", agregó Martina.
"Y yo deseo estar siempre en un lugar así rodeado de buena gente", finalizó Jorge emocionado.
Así, los tres niños y Jorge se sintieron en armonía, y supieron que el verdadero tesoro era la amistad y el respeto que habían cultivado juntos. Mientras volvían a casa, todos coincidieron en que cada aventura era mejor cuando se compartía con amigos. Don Eladio los saludó desde la distancia, feliz de haber sido parte de su historia.
Y así, bajo la sombra del gran árbol que concedió su deseo, los amigos se prometieron seguir cultivando la amistad, mientras el bosque los observaba, guardando el secreto de aquel día mágico.
FIN.