Un Buen Día con Max



Era una mañana soleada en la ciudad de Buenos Aires. Tomás, un niño de ocho años, se despertó lleno de energía. El sol brillaba a través de las cortinas y el canto de los pájaros se escuchaba por la ventana. Cuando se sentó en la cama y estiró los brazos, de repente, un ladrido alegre resonó en la habitación.

Era Max, su fiel perro, que movía su cola con entusiasmo.

"¡Hola, Max! ¡Qué alegría verte!" - dijo Tomás, sonriendo ampliamente.

Max saltó a la cama, cubriéndolo de lametones, tal como solo él sabía hacerlo. Tomás se rió y los dos comenzaron su día juntos. En un abrir y cerrar de ojos, se pusieron a jugar. Max había traído su pelota favorita y Tomás decidió que sería el día perfecto para llevarlo al parque.

"¡Vamos, Max! Vamos a jugar al parque y a hacer nuevos amigos" - exclamó Tomás mientras se vestía rápidamente.

Tras un rápido desayuno, los dos salieron al exterior. En el parque, había muchos niños jugando, pero Tomás rápidamente notó a un grupo que parecía un poco apartado, observando a los otros desde un banco. Curioso y lleno de buen ánimo, se acercó a ellos.

"Hola, soy Tomás, y este es Max. ¿Quieren jugar con nosotros?" - les preguntó con una gran sonrisa.

Los niños, un poco tímidos al principio, intercambiaron miradas. Finalmente, una niña con trenzas respondió:

"Nos gustaría, pero… no sabemos jugar al fútbol como los demás".

"No importa eso, lo importante es divertirse. ¡Nosotros podemos enseñarles a jugar!" - propuso Tomás emocionado. Así, comenzó una pequeña charla entre ellos. Pronto, todos se pusieron de acuerdo en hacer dos equipos y Max, por supuesto, sería el árbitro, aunque solo ladraba y corría detrás de la pelota.

El juego comenzó y a medida que corrían y se reían, los niños fueron olvidándose de su timidez. Pero en el primer tiempo, algo inesperado ocurrió. La pelota se fue rodando hacia un arroyo cercano y todos los niños dejaron de jugar, mirando con preocupación el agua.

"Oh no, ¡la pelota!" - exclamó uno de los niños.

Tomás, recordando las palabras de su mamá "en cada problema siempre hay una solución", miró a Max y dijo:

"¡No se preocupen! Max puede ir a buscarla, él es muy ágil. ¡Vamos, Max!" - animó. Max, entendiendo el reto, corrió hacia el arroyo y, como un verdadero héroe perruno, saltó por el lado y atrapó la pelota con su boca, regresando triunfante.

"¡Max, sos un campeón!" - gritaron todos, llenos de alegría. La incertidumbre que los niños sentían se transformó en risas y aplausos.

Tomás, feliz por haber ayudado a sus nuevos amigos, propuso un descanso. Se sentaron bajo un árbol y compartieron unas galletas que Tomás había traído.

"¿Vieron? Jugar es mucho más divertido cuando se comparte" - dijo Tomás mientras ofrecía una galleta a Max, quien con un lametón agradecido le decía todo lo que no podía expresar con palabras.

Al final de la tarde, los nuevos amigos prometieron volver a jugar al día siguiente. Tomás y Max regresaron a casa cansados pero felices. Tomás aprendió que un día que comienza bien puede ser aún mejor si se comparte con otros. Y Max demostró que, a veces, los mejores momentos llegan de formas inesperadas, incluso con una pelota que se escapa hacia el arroyo.

"¡Hoy fue un gran día, Max!" - dijo Tomás mientras se acomodaba en la cama.

Max, con los ojos cansados pero brillantes, se acurrucó cerca de él, listo para soñar con más aventuras juntos. Así, Tomás cerró los ojos, agradecido por la amistad, el juego y un buen día compartido.

Y así, cada nuevo amanecer traía consigo no solo la posibilidad de divertirse, sino también el poder de hacer nuevos amigos y disfrutar de lo simple de la vida.

FIN.

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