Un Camino de Luz



Era una mañana soleada en el barrio de Villa Esperanza. Juanito, un niño de 8 años, se despertó lleno de ganas de salir a jugar con sus amigos. Pero Juanito tenía un desafío diferente al de los demás: él tenía discapacidad visual. A pesar de que contaba con un perro guía llamado Lucho, a veces se sentía frustrado porque no podía ver el mundo como sus amigos.

"¡Vamos, Juanito!" - gritó Tomi desde afuera. "El fútbol nos espera!"

"No sé si quiero jugar..." - respondió Juanito, mientras acariciaba la cabeza de Lucho. "Es tan difícil seguir la pelota sin poder verla..."

"¡Pero yo puedo ayudarte!" - dijo Tomi, muy entusiasmado. "¿Te acuerdas la última vez? Te dije dónde estaba la pelota en todo momento!"

Juanito miró a su perro guía, quien movía la cola ansiosamente. Al final, decidió unirse a sus amigos. Cuando llegó al parque, lo sorprendió el bullicio de risas y gritos.

"¡Listo! Vamos a jugar!" - gritó Joaquín, lanzando la pelota hacia el centro del campo.

Juanito sintió que la energía positiva lo rodeaba, pero a medida que comenzaron a jugar, se dio cuenta de que no era tan fácil como había pensado. La pelota pasaba de un lado a otro, y él no podía seguirla adecuadamente.

"¡Juanito! A la derecha!" - gritó Joaquín, pero Juanito se sintió desorientado. Era como si estuviera fuera de sincronía con el juego.

"¡No puedo hacerlo!" - confesó al final del juego, con la cabeza baja. "Soy un desastre..."

"No, no digas eso!" - dijo Ana, una niña de su clase. "Estás siendo valiente al intentarlo. Todos aprendemos a nuestro ritmo. Tal vez podamos hacer algo diferente..."

Ana pensó por un momento y luego explicó:

"¿Qué tal si jugamos a algo que no necesite que veas la pelota? Podemos crear un juego de sonidos!"

Juanito se iluminó con la idea.

"¡Eso suena genial!" - exclamó. "¿Cómo lo hacemos?"

"Podemos poner un silbato en el medio y tú tendrás que llegar a él siguiendo mis instrucciones!" - dijo Ana sonriente.

Juntos, organizaron el nuevo juego. Las risas y los gritos de emoción llenaron el parque nuevamente mientras Juanito corría hacia el silbato, guiado por las indicaciones de sus amigos.

"¡A la izquierda! ¡Más rápido!" - gritó Tomi.

Juanito sintió el viento en su rostro y la emoción de sus amigos resonando a su alrededor. En un abrir y cerrar de ojos, ¡logró llegar al silbato!"¡Lo logré!" - gritó, lleno de alegría. "¡No necesito ver para divertirme!"

A partir de ese día, sus amigos se comprometieron a incluir siempre juegos que pudieran disfrutar juntos. Juanito no solo aprendió a adaptarse, sino que también descubrió que su discapacidad no lo definía. Con el apoyo de sus amigos, se sintió libre para ser él mismo y explorar nuevas formas de diversión.

A medida que pasaron los días, Juanito comenzó a tener más confianza. Sus amigos se dieron cuenta de que su actitud e ingenio inspiraban a otros a ser creativos y a pensar diferente.

"¡Mirá lo que se me ocurrió hoy!" - dijo un día Joaquín. "¡Vamos a hacer un juego de exploración con minitrapo! Juanito, tú serás nuestro capitán!"

"¡Sí! Podemos usar cintas para que cada uno sepa dónde estamos!" - agregó Ana entusiasmada.

La idea era simple: con los ojos vendados, Juanito guiaría a sus amigos a través de un recorrido, ayudándolos a descubrir lo que se siente al confiar en la voz de otros.

Al hacerlo, todos aprendieron a apreciar los sentidos de una manera nueva.

Finalmente, Juanito comprendió que aunque la vida tenía desafíos, siempre podía encontrar un camino lleno de luz y amistad.

"Gracias, amigos" - les dijo un día en el parque, mientras acariciaba a Lucho. "Hoy descubrí que la verdadera visión no solo está en los ojos, ¡sino en el corazón!"

Y con una sonrisa en su rostro, Juanito enseñó a todos que, sin importar sus diferencias, siempre se puede encontrar una manera de jugar y divertirse juntos.

FIN.

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