Un Cuento de Amistad
Era una fría mañana en el taller de Santa Claus, donde los elfos trabajaban incansablemente para preparar los regalos para la noche de Navidad. Santa, con su abrigo rojo y su característico gorro, miraba a sus elfos con alegría, pero en su interior sentía que algo faltaba.
“¡Ho, ho, ho! ¿Qué tal si buscamos una nueva aventura este año? ” dijo Santa, sus ojos brillando de emoción.
Mientras tanto, en el bosque cercano, el Lobo Feroz paseaba por el sendero. Era un lobo diferente a los que la mayoría de la gente conocía. Él amaba la música y la poesía, y soñaba con que un día los demás animales lo aceptaran tal como era.
Un día, el Lobo escuchó sobre un concurso de caridad que se iba a celebrar en el pueblo para ayudar a los niños necesitados. Sin dudarlo, decidió participar y poner a prueba su talento musical. “Quizás, si les muestro mi lado amable, no me juzgarán solo por mi apariencia”, pensó para sí mismo.
En el pueblo, las cosas no eran tan sencillas. Allí vivía Cenicienta, una bella chica que había crecido en un hogar muy estricto. Siempre había soñado con ser famosa, pero siempre se sintió menospreciada. Conocía bien al Lobo y siempre había escuchado las historias que todos contaban sobre él. “Esa criatura nunca será más que un lobo feroz”, decía ella en voz alta, mientras se preparaba para el concurso.
El día del concurso llegó, y tanto Santa como el Lobo estaban ansiosos. “¡Estoy seguro de que vamos a dar un gran espectáculo! ” exclamó Santa, dando palmaditas en la espalda del Lobo. Sin embargo, Cenicienta llegó con la intención de ganar a toda costa. No solo quería ser famosa, sino también demostrar que el Lobo no tenía talento.
“Vas a ver, Lobo. Nadie querrá escuchar tu música. Solo eres un lobo feroz”, le dijo ella burlonamente.
“Quizás deberías escucharme primero antes de juzgarme”, respondió el Lobo, algo triste pero decidido a demostrar su valía.
Cuando llegó su turno, el Lobo se puso un sombrero de copa y comenzó a tocar su melodía, un dulce canto que resonaba en el aire. Los niños del pueblo empezaron a acercarse, encantados por su música. “¡No es lo que esperaba! ”, murmuró Cenicienta, viendo cómo el público se emocionaba por el Lobo.
Entonces, Cenicienta decidió hacer trampa. Usó todo su encanto para desviar la atención del Lobo. “¡Miren! ¡Soy la princesa del baile! ”, exclamó. Se puso un vestido deslumbrante y comenzó a bailar, tratando de eclipsar al Lobo con su actuación.
Santa, al ver lo que pasaba, se acercó a Cenicienta. “Querida, a veces la verdadera belleza está en el corazón, no en el vestido”, le dijo con amabilidad.
“Pero todos me miran a mí y no al Lobo”, respondió Cenicienta, sintiéndose impotente. Ella estaba confundida por lo que había escuchado. “¿Y qué hay del lobo? Solo quiere ser famoso”, pensó para sí misma.
Al final de la noche, el jurado decidió que el Lobo había ganado, pero también reconoció a Cenicienta por su esfuerzo. “Ambos tienen talentos únicos”, dijo el jurado. “Nunca juzguen a nadie por su apariencia. Cada uno tiene algo especial dentro.”
Cenicienta, reflexionando sobre lo que había escuchado, se acercó al Lobo. “Lo siento, Lobo. No debería haberte juzgado por ser diferente. Tu música es hermosa”, admitió con genuino aprecio.
El Lobo sonrió. “Gracias, Cenicienta. Todos merecemos ser escuchados”, respondió, feliz de que su mensaje hubiera llegado a ella.
Y así, la noche terminó en una celebración donde Santa, el Lobo, y Cenicienta unieron sus talentos para dar un espectáculo juntos. Aprendieron que lo más importante no era quién era el mejor, sino cómo podían apoyarse mutuamente y ser amigos. Desde entonces, el Lobo y Cenicienta compartieron un vínculo especial, celebrando cada año juntos con Santa en el taller, recordando siempre que no deben juzgar a nadie por su apariencia, porque cada uno tiene su propia historia que contar.
Y así, la magia de la Navidad se llenó de amistad y aceptación. ¡Fin!
FIN.