Un cuento sobre el poder de la lectura



Había una vez un niño llamado Dylan que vivía en un pequeño pueblo. Dylan era muy alegre y siempre tenía una sonrisa en su rostro. Sin embargo, había algo que le entristecía: no sabía leer.

Dylan veía a sus amigos disfrutar de los libros y las historias, pero él se sentía excluido. Quería entender esas letras misteriosas y sumergirse en el mundo de la lectura.

Un día, mientras paseaba por el parque del pueblo, Dylan vio a un anciano sentado bajo un árbol, leyendo un libro con gran entusiasmo.

Intrigado por lo que veía, se acercó al hombre y le preguntó:- Disculpe señor, ¿qué está haciendo? El anciano levantó la vista y sonrió al ver al curioso niño. - Estoy leyendo un libro maravilloso -respondió-. La lectura es una fuente inagotable de conocimiento y diversión. Dylan quedó fascinado con las palabras del anciano y decidió pedirle ayuda para aprender a leer.

- Señor, yo quiero aprender a leer como usted. ¿Me puede enseñar? El anciano asintió con agrado y comenzaron a reunirse todos los días en el parque para tener sus clases de lectura.

Al principio, Dylan se sentía frustrado porque las letras parecían bailar ante sus ojos sin sentido alguno. Pero el anciano nunca perdió la paciencia y siempre le recordaba lo importante que era perseverar.

Poco a poco, gracias al apoyo del anciano y su dedicación personal, Dylan empezó a reconocer algunas letras. Cada día, su entusiasmo crecía más y más. Un día, durante una de sus clases en el parque, Dylan notó que el anciano parecía preocupado.

Le preguntó qué le ocurría y él respondió:- Querido Dylan, tengo que mudarme a otra ciudad. Mi familia me necesita allá. Dylan se sintió triste al escuchar esto. Había encontrado en el anciano un gran maestro y amigo. - Pero no te preocupes -continuó el anciano-.

He dejado algo especial para ti antes de irme. El anciano sacó un libro pequeño de su bolsillo y se lo entregó a Dylan. - Este es tu propio libro, lleno de historias emocionantes y aventuras por descubrir.

Ahora podrás leer por ti mismo y continuar aprendiendo cada día. Dylan abrazó al anciano con gratitud y prometió seguir estudiando por sí mismo. Los días pasaron y Dylan continuó practicando la lectura con su nuevo libro.

Cada vez entendía más palabras y disfrutaba sumergiéndose en nuevas historias. Un año después, el pueblo organizó un concurso de lectura para celebrar los avances de todos los niños del lugar. Dylan decidió participar sin dudarlo.

Cuando llegó el día del concurso, muchas personas se reunieron en la plaza central para presenciar las habilidades de los niños lectores. Uno a uno fueron subiendo al escenario a leer fragmentos de sus libros favoritos. Finalmente, llegó el turno de Dylan.

Se acercó al micrófono temblando un poco pero decidido a hacerlo bien. Comenzó a leer las primeras líneas del cuento que había elegido y, para sorpresa de todos, su voz resonó clara y segura en el aire.

Dylan se sentía feliz y orgulloso al ver la sonrisa en los rostros de sus amigos y familiares. Había superado su miedo a leer en público y demostrado que con esfuerzo y dedicación todo era posible. Desde aquel día, Dylan nunca dejó de leer.

Se convirtió en un apasionado lector y compartió su amor por los libros con otros niños del pueblo. Aprendió que la lectura no solo le brindaba conocimiento, sino también felicidad e imaginación sin límites.

Y así, Dylan descubrió que aprender a leer no solo había cambiado su vida, sino que también había abierto una puerta hacia un mundo lleno de aventuras y posibilidades infinitas.

FIN.

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