Un cuento sobre la colaboración y el respeto


Había una vez en un pintoresco pueblo de campo, un gallo llamado Rufino.

Rufino era un gallo muy presumido que siempre se pavoneaba por el corral alardeando de su hermoso plumaje y su canto más fuerte que el de los demás animales. Un día, llegó al corral una nueva gallina llamada Carmencita. Era amable, simpática y siempre estaba dispuesta a ayudar a los demás.

Pero Rufino no le prestaba atención porque no le gustaba compartir la atención con nadie más. "¡Miren qué bonito soy! ¡Mi canto es el mejor de todos!", cacareaba Rufino mientras daba vueltas alrededor de las gallinas.

Carmencita, por otro lado, se dedicaba a cuidar a los pollitos, a buscar comida para todos y a cantarles canciones suaves para que se durmieran tranquilos por las noches. Un día, una feroz tormenta azotó el pueblo y el viento derribó parte del viejo granero donde vivían los animales.

Todos estaban asustados y nerviosos, excepto Rufino, que seguía pavoneándose como si nada pasara. "¡Tenemos que trabajar juntos para reconstruir nuestro hogar!", dijo Carmencita con determinación.

Ella organizó a todos los animales para que cada uno ayudara según sus habilidades: las gallinas recogían ramas secas para reparar el techo, los cerdos removían la tierra para reforzar los cimientos y los patos buscaban piedras para reconstruir las paredes. Rufino se sintió inseguro por primera vez en mucho tiempo.

No sabía cómo ayudar porque nunca había trabajado en equipo ni había compartido nada con nadie. "¿Cómo puedo colaborar?", preguntó tímidamente Rufino a Carmencita. "Todos tenemos algo valioso que ofrecer.

Tú puedes usar tu pico afilado para cortar las ramas más gruesas", respondió Carmencita con una sonrisa amable. Rufino siguió el consejo de Carmencita y pronto descubrió lo gratificante que era trabajar en equipo y ayudar a los demás desinteresadamente.

Juntos lograron reconstruir el granero incluso mejor que antes gracias a la colaboración de todos los animales del corral. Desde ese día, Rufino aprendió la importancia de compartir, trabajar en equipo y valorar las habilidades únicas de cada uno.

Dejó atrás su actitud presumida y se convirtió en un gallo generoso y respetuoso con todos sus compañeros del corral. Y así, gracias a la bondad y paciencia de Carmencita, Rufino descubrió que la verdadera belleza está en saber compartir y colaborar con los demás.

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