Un Desayuno Mágico



Era una hermosa mañana de sábado y el sol brillaba con dulzura. Decidí salir a caminar con mi abuela y mi mamá. Cada paso que dábamos estaba lleno de risas y recuerdos. Mi abuela, con su gorro de lana a rayas, parecía una muñeca de trapo caminando con su bastón de madera. Mi mamá, siempre con una sonrisa, me sostuvo la mano mientras cruzábamos la calle.

"¿Sabes? Me encanta pasar tiempo con ustedes", dije, sintiéndome muy feliz.

"A mí también, querida", respondió mi mamá, dándome un ligero apretón en la mano.

"Y yo siempre estoy lista para un buen desayuno", agregó mi abuela con un guiño.

Finalmente, llegamos a nuestra cafetería favorita, un lugar acogedor lleno de aromas deliciosos. Elegimos una mesa en la esquina, donde el sol brillaba más intensamente. Las tres nos sentamos y comenzamos a mirar el menú.

"Yo quiero un café con leche y una medialuna", dijo mamá.

"Y yo, un té de hierbas con tostadas, por favor", pidió abuela, mientras miraba hacia el interior de la cafetería, donde un pintoresco mural contaba la historia del lugar.

"Yo quiero un chocolate caliente y un croissant", exclamé emocionada.

Mientras esperábamos nuestros desayunos, comenzamos a charlar de cosas divertidas. Mi mamá contó una anécdota de cuando era niña y siempre se perdía en el parque, mientras que mi abuela recordó cuando hizo la torta más grande del mundo para el cumpleaños de mi mamá.

De repente, un perro muy juguetón entró corriendo a la cafetería, haciendo que todos los clientes rieran. Saltaba de un lado a otro, y su cola movía como un péndulo.

"¡Mirá eso! Parece que el perro quiere un croissant también", dijo mamá, riendo.

"Tal vez tenga hambre. ¿Deberíamos darle algo de comer?", propuso abuela.

"¡Sí!", respondí con entusiasmo.

Justo en ese momento, la dueña de la cafetería, la señora Clara, se acercó a nosotras con nuestras órdenes preparadas.

"Aquí tienen, chicas. Espero que disfruten", nos dijo.

"Gracias, señora Clara. ¿Le podemos dar un poco de comida al perrito?", pregunté.

"Por supuesto, está siempre por aquí. Voy a buscar algo para él", respondió, mientras se alejaba.

Cuando la señora Clara regresó con un plato de galletitas para el perro, todos los clientes aplaudieron y el perrito se sentó, mirando a la señora con ojos brillantes.

"¡Qué día tan especial!", dijo abuela, sonriendo.

"¡Sí! No solo estamos disfrutando de un desayuno rico, sino que también hicimos feliz a alguien más", sumé yo.

Después de desayunar, nos pusimos de pie para irnos. El perro había devorado la galletita, y ahora se sentaba mirándonos con gratitud.

"¿Qué tal si lo llamamos Nemo?", sugerí.

"¡Me encanta ese nombre!", exclamó mamá.

"Nemo, el explorador", rió abuela, recordando la película que habíamos visto juntos.

Antes de salir, decidimos que volveríamos cada vez que tuviéramos la oportunidad. La bondad del desayuno y el perrito nos habían unido aún más. Juntas, llevamos un poco de alegría al mundo, incluso a través de un simple desayuno.

Y así, mientras el sol continuaba brillando y el canto de los pájaros nos acompañaba de regreso a casa, sentí que momentos como esos son los que verdaderamente importan.

"Me encantó este día, gracias por compartirlo", expresé emocionada.

"No hay nada mejor que un buen desayuno con la familia", sentenció mamá, abrazándome.

"Y siempre debemos estar dispuestas a ayudar a los demás, aunque sean solo unos galletitas para un perrito", añadió abuela.

Desde ese día, hicimos de nuestra caminata semanal un ritual especial en donde cada desayuno prometía risas, amor y la oportunidad de ser parte del mundo que nos rodeaba.

FIN.

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