Un Día Con El Profesor Malcriado
Había una vez, en una pequeña escuela de un barrio alegre, un profesor llamado Don Ernesto. Era un hombre de grandes conocimientos, pero también era malcriado y gruñón. Los chicos de la escuela lo temían, y siempre que decían su nombre, se estremecían.
Un día, Don Ernesto estaba en su salón de clases, revisando las tareas con una cara de descontento. Mientras los niños se acomodaban, él decía:
"¡Todo tiene que ser perfecto! No puedo tolerar errores."
Los chicos se miraban entre ellos, preocupados. Justo en ese momento, entró una nueva maestra de arte, la señorita Clara. Era una mujer alegre y llena de color.
"¡Hola a todos! Soy la señorita Clara, y enseñaré arte. Estoy muy emocionada de ver lo que pueden hacer."
Don Ernesto frunció el ceño al oírla.
"¡El arte no es importante! Lo que importa son las matemáticas y la historia. ¡Dejen de perder el tiempo con tonterías!"
Los estudiantes estaban confundidos. Sin embargo, la señorita Clara no se dejó intimidar.
"Pero el arte es muy valioso, Don Ernesto. Nos ayuda a expresar nuestros sentimientos y a ver el mundo de una forma diferente. ¿Por qué no lo probamos juntos?"
Don Ernesto se cruzó de brazos y respondió:
"No tengo tiempo para jugar. La escuela es para estudiar, no para hacer dibujitos."
A pesar de la negativa, la señorita Clara decidió seguir con su plan. El día siguiente, trajo pinceles, colores y papel.
"Hoy todos vamos a dibujar lo que más queremos. A ver qué sale de esto."
Los chicos comenzaron a pintar enérgicamente. Al principio, Don Ernesto la observaba con desdén. Sin embargo, al escuchar las risas de los estudiantes y ver sus sonrientes rostros, algo dentro de él empezó a cambiar.
"¿Por qué se ríen tanto? No entiendo. ¡Esto es una escuela, no un circo!"
La señorita Clara se acercó a él.
"Don Ernesto, los niños están disfrutando. A veces, la risa y la creatividad hacen que aprendamos más. ¿Por qué no prueba pintar algo también?"
El profesor la miró, confundido, pero ante la insistencia de la señorita Clara y la curiosidad que empezaba a generar, finalmente tomó un pincel.
"Este es un desperdicio de tiempo, pero... bueno, lo haré. Solo una vez para demostrar que no sirve de nada."
Y así, con una mueca en su rostro, comenzó a pintar. Para su sorpresa, la pintura liberó algo dentro de él.
"¡Miren esto! Es... no sé, un paisaje. Pero... creo que me gusta. ¡Esto es divertido!"
Los niños aplaudieron y gritaron:
"¡Bravo, Don Ernesto!"
Don Ernesto sonrió por primera vez en mucho tiempo.
Día tras día, el aula se transformó. La mezcla de arte y conocimiento trajo alegría y creatividad a todos. Don Ernesto dejó de ser gruñón y empezó a valorar las ideas de sus estudiantes.
"Hoy haremos una clase sobre historia, pero la haremos con un mural. Cada uno aportará algo. ¡Vamos a demostrar lo que hemos aprendido!"
Las clases se volvieron un lugar de unión entre el profesor y sus alumnos. Desde entonces, Don Ernesto no solo enseñaba datos, sino que también se volvió amigo de sus estudiantes.
Finalmente, el próximo año, la escuela celebró una exposición de arte donde se mostraron las obras del profesor y de los chicos. El dar y recibir entre todos cambió el ambiente de la escuela y, por supuesto, la vida de Don Ernesto.
"Ojalá todos los estudiantes puedan experimentar esto al menos una vez en su vida. ¡No se trata solo de imponer reglas!" - dijo Don Ernesto orgulloso.
Y así, en esa pequeña escuela, todos aprendieron que la amabilidad, la creatividad y el respeto no solo hacen buenas amistades, sino también un mejor lugar para aprender.
Desde entonces, cada vez que hablaban del profesor, los estudiantes sonreían:
"Él no es solo un profesor, ¡es el mejor!"
FIN.