Un Día de Colores



Era un soleado 12 de octubre en la Escuelita del Arcoíris, donde niños de diferentes etnias compartían risas y sueños. Ese día, el maestro Lucas había decidido celebrar el Día de la Interculturalidad y Plurinacionalidad. Con su voz entusiasta empezó la clase:

"¡Buenos días, chicos! Hoy es un día muy especial. Vamos a aprender sobre nuestras culturas y tradiciones. ¡Quiero que cada uno traiga algo que represente su identidad!"

Los estudiantes se miraron emocionados. Entre ellos estaban Ana, de origen mapuche; Tomás, de familia italiana; y Samira, cuya familia es africana.

"Yo puedo llevar un poncho de mi abuela que es mapuche," dijo Ana con una sonrisa y un brillo en los ojos.

"¡Genial! Yo traeré un plato de pasta con salsa casera, como hace mi mamá," dijo Tomás, revoloteando en su asiento.

"Y yo puedo traer un tambor africano. Vamos a sentir la música de mi cultura," agregó Samira.

Con más ideas en sus cabezas, se despidieron del maestro y se fueron a casa, llenos de entusiasmo.

Al día siguiente, la clase estaba llena de colores y olores. Ana llegó con su hermoso poncho, que relucía con tonos terracota y verde.

"¡Miren! Este poncho tiene historias de mis ancestros," exclamó mientras lo extendía.

Tomás presentó su plato de pasta, con un aroma que hizo salivar a todos.

"¿Quieren probar?" preguntó con una sonrisa traviesa.

Y Samira junto a su tambor. Su ritmo empezó a llenar el aula con energía.

"Así suenan los círculos de mi gente. ¡Ven, que vamos a tocar juntos!" invitó.

Los niños comenzaron a tocar el tambor mientras bailaban al ritmo de la música. El aula se convirtió en un festín de colores y sonidos.

En medio de la diversión, la maestra Mirta entró y quedó maravillada. Sin embargo, al ver el desorden, dijo:

"¡Chicos! Debemos cuidar nuestro espacio. Celebrar nuestras culturas también es cuidar nuestro entorno. ¿Cómo lo hacemos?"

Los niños miraron alrededor, dándose cuenta de que había papeles tirados y algunos platos desorganizados.

"Podemos organizar un rincón para cada cultura y mantener todo limpio," sugirió Ana.

Todos estuvieron de acuerdo y, rápidamente, se pusieron manos a la obra. Juntos, colocaron un mantel especial para cada cultura, creando un verdadero museo de interculturalidad en el aula.

"Miren, ¡somos un equipo!" dijo Tomás mientras acomodaban todo.

"Cada rincón representa una parte de nuestras historias," añadió Samira con orgullo.

Cuando terminaron, el aula brillaba de colores. Era un espacio que celebraba la diversidad y la amistad.

"Ahora sí podemos festejar nuestras culturas, cuidándolas al mismo tiempo," concluyó el maestro Lucas, sonriendo con satisfacción.

Finalmente, la clase disfrutó de una merienda con todos los platos preparados. A cada bocado, compartían historias sobre sus tradiciones. Ana relató sobre las leyendas de su pueblo, Tomás introdujo el arte de hacer pasta, y Samira compartió danzas de su tierra.

"Hoy aprendí que somos más fuertes cuando celebramos juntos," dijo Tomás.

"Sí, porque cada uno trae algo único que amar," agregó Ana, sonriendo.

"Y juntos podemos hacer música del corazón de cada uno de nosotros," concluyó Samira, golpeando su tambor suavemente.

Al final del día, los niños no solo aprendieron sobre sus culturas, sino que también se hicieron buenos amigos. Y así, el Día de la Interculturalidad nació en sus corazones, lleno de promesas de respeto y alegría, porque entendieron que en la diversidad estaba su mayor fortaleza.

Desde aquel día, la Escuelita del Arcoíris no solo fue un lugar de aprendizaje, sino también un hogar donde cada cultura brillaba, y todos se sentían valiosos y escuchados. Y así, en cada 12 de octubre, celebraban juntos, renovando su amistad y el compromiso con la interculturalidad.

FIN.

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