Un Día de Paseo por las Playas



Era un soleado sábado por la mañana, cuando Leo, un niño curioso y aventurero, despertó con gran expectativa.

- ¡Hoy vamos a la playa! - gritó emocionado, mientras corría hacia la cocina, donde su mamá preparaba el desayuno.

- Sí, Leo. Pero primero tenemos que desayunar, ¿o te gustaría que el hambre se uniera a nosotros en la playa? - contestó su mamá, con una sonrisa.

Después de un delicioso desayuno de tostadas con mermelada y un vaso de jugo de naranja, Leo y su mamá se pusieron protector solar y se calzaron sus sandalias.

- ¡Listo para la aventura! - dijo Leo, con su gorra de explorer bien ajustada.

Al llegar a la playa, el sol brillaba en el cielo, y las olas del mar hacían un suave murmullo. Leo se quedó asombrado al ver la inmensidad del océano.

- ¡Mirá, mamá! ¡Las olas parecen bailar! - señaló, entusiasmado.

- Así es, Leo. El mar siempre nos regala un espectáculo único - respondió su mamá, mientras extendía la toalla en la arena.

Los dos pasaron un rato jugando en la orilla, recolectando caracoles y construyendo castillos de arena. Pero de repente, Leo vio algo brillante en el agua.

- ¡Mirá eso! - exclamó, señalando hacia el mar.

- ¿Qué es, Leo? - preguntó su mamá, acercándose.

Era una botella de vidrio con un papel dentro. Con gran cuidado, Leo la sacó del agua.

- ¡Es un mensaje en una botella! - gritó, con los ojos al borde de las lágrimas de felicidad.

Con cuidados, Leo destapó la botella y sacó el papel. El mensaje decía: “¡Hola! Soy Sofía. Estoy en una isla mágica y quiero compartir mis aventuras. ¿Podrías ayudarme a explorar? Espero tu respuesta. - Sofía.”

- ¡Esto es increíble! - dijo Leo, con emoción.

- ¿Qué haremos? - preguntó su mamá.

- ¡Debemos responderle! - dijo Leo decidido.

- Pero… ¿cómo? No podemos lanzar otra botella al mar. - contestó su mamá, un poco preocupada.

Justo en ese momento, una niña se acercó a ellos, era Clara, la amiga de Leo.

- ¡Hola, Leo! - saludó Clara, con una sonrisa. - ¿Qué estás haciendo?

- ¡Mirá esto! - Leo le mostró la botella y el mensaje.

- ¡Es genial! Vamos a ayudar a Sofía. - dijo Clara, entusiasmada.

Mientras pensaban en cómo podrían responder, Clara tuvo una idea brillante.

- ¡Podemos hacer un dibujo y tomarle una foto! Después, se la mandamos a la isla mediante un avión de papel.

- ¡Sí! ¡Eso es! - exclamó Leo con alegría.

Los tres se pusieron manos a la obra. Usaron hojas de papel que habían traído y dibujaron su propia isla mágica, llena de árboles de dulces, animales divertidos y un puente de mariposas.

Una vez que terminaron, tomaron una foto con el celular de la mamá de Leo. Era el momento de enviar el mensaje.

- ¡Ahora el avión de papel! - dijo Leo, mientras plegaban delicadamente la hoja.

Clara le lanzó el avión al viento.

- ¡Fuerza avión! - gritaron los tres juntos.

El avión voló alto y luego descendió, posándose suavemente en la arena a unos metros.

- Bueno, esto no fue muy lejos… - murmuro Clara, algo desilusionada.

- Pero por lo menos lo intentamos. - dijo Leo, reconfortándola.

- A veces, lo que más importa es intentarlo. - respondió su mamá, con una sonrisa.

Mientras jugaban, de repente vieron un grupo de niños que corrían hacia el mar, gritando.

- ¡Qué divertido se ven! - dijo Clara.

- ¡Vamos a jugar con ellos! - sugirió Leo, y corrieron hacia ellos.

Los niños estaban organizando una carrera de relevos en la playa. Leo, Clara y su mamá se unieron al juego. Todos se divertían y reían mientras corrían a la orilla y volvían a la meta.

- ¡Vamos Leo, ya casi llegas! - gritaba Clara.

En un giro inesperado de la carrera, un niño tropezó y se cayó.

- ¡Ay, me lastimé! - dijo el niño, mientras se frotaba la rodilla.

- ¡No te preocupes! - dijo Leo, corriendo hacia él. - Todos podemos ayudar.

Juntos, Leo y sus amigos ayudaron al niño a levantarse y buscaron un poco de agua para limpiarle la herida. En ese momento, la mamá de Leo se acercó.

- Estoy orgullosa de ustedes, chicos. Así se trata a los amigos. - dijo, acariciando la cabeza de Leo.

Con el niño recuperado y la carrera continuando, todos se dieron cuenta de que el verdadero tesoro era la amistad, la solidaridad y las aventuras que compartían.

Al final del día, cuando el sol comenzaba a esconderse en el horizonte, Leo sintió una inmensa felicidad.

- ¡Hoy fue el mejor día! - dijo mientras caminaban hacia el coche.

- Sí, Leo. Y recuerda, aunque Sofía no responda, siempre podemos hacer nuevos amigos y ayudar a los que lo necesitan. - le respondió su mamá.

- Eso es cierto. ¡No puedo esperar para contarle a Sofía sobre todas nuestras aventuras! - dijo Leo, ya pensando en la próxima vez que irían a la playa.

Esa tarde, mientras se iban a casa, Leo miró hacia atrás y vio el mar brillando bajo la luz del sol poniente. Se prometió a sí mismo que siempre recordaría la magia de aquel día y el poder de la colaboración con sus amigos.

FIN.

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