Un día de sol y amor en la playa


Había una vez dos hermanos, Lucía y Martín, que estaban muy emocionados porque finalmente habían llegado las vacaciones de verano. Sus padres los llevaron a la playa para disfrutar juntos del sol, la arena y el mar.

Desde temprano en la mañana, Lucía y Martín corrían de un lado a otro construyendo castillos de arena y saltando olas. Sus risas resonaban por toda la playa mientras sus padres los observaban con cariño desde sus reposeras.

- ¡Miren mamá, papá! ¡Mi castillo es el más grande de todos! - exclamaba Martín emocionado. - Y mi pozo está lleno hasta arriba de agua salada. ¡Es genial! - gritaba Lucía con entusiasmo.

Los padres sonreían felices viendo a sus hijos tan contentos y aprovechando al máximo el día en familia. Pero de repente, una nube oscura empezó a cubrir el cielo y el viento comenzó a soplar con fuerza. - Parece que se viene una tormenta, chicos.

Es mejor que guardemos nuestras cosas y nos vayamos a refugiar - dijo el papá preocupado. Todos rápidamente recogieron sus cosas y se dirigieron hacia un pequeño refugio que había en la playa.

La lluvia comenzó a caer con intensidad, pero dentro del refugio estaban seguros y secos. - Tranquilos chicos, la tormenta pasará pronto. Mientras tanto podemos jugar al veo veo para pasar el tiempo - propuso la mamá sonriente. Lucía empezó: "Veo veo... ¿qué ves?".

Y Martín contestó: "Ve ojos que no ven". Todos rieron intentando descifrar la respuesta correcta hasta que finalmente lo lograron después de varios intentos fallidos.

Cuando la lluvia amainó y salió tímidamente el sol entre las nubes, los hermanos salieron corriendo hacia la orilla del mar para ver si los castillos seguían en pie. Para su sorpresa, encontraron que sus construcciones habían resistido valientemente la tormenta.

- ¡Nuestros castillos aguantaron todo! Son los más fuertes del mundo - exclamó Martín orgulloso. - Sí, como nosotros. Juntos podemos superar cualquier adversidad si estamos unidos como una verdadera familia - dijo Lucía mirando a sus padres con amor.

Esa tarde volvieron a casa con corazones llenos de alegría y enseñanzas aprendidas en medio de una simple jornada playera.

A partir de ese día, Lucía y Martín entendieron que no importaba cuántas tormentas pudieran enfrentar en su vida siempre tendrían el apoyo incondicional de su familia para salir adelante juntos.

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