Un Día en el Estadio
Era un soleado sábado por la mañana en Villavicencio. Tomás, un niño de diez años, estaba emocionado. Su papá, Miguel, había prometido llevarlo al estadio a ver a su equipo favorito, el América de Cali.
"¡Papá, no puedo esperar!", decía Tomás mientras saltaba por toda la casa.
"Tranquilo, campeón. Aún falta un ratito", respondió Miguel con una sonrisa, preparándose para salir.
Una vez listos, tomaron el colectivo hacia el estadio. En el camino, Tomás observaba a la gente que iba al partido, todos vestían camisetas rojas y amarillas, animados como él. Todos parecían compartir la misma emoción.
"Mirá, papá, ¡hay un montón de hinchas como nosotros!", exclamó Tomás.
"Sí, Fútbol es así, une a las personas, hace que todos compartamos un mismo sueño", dijo Miguel, recordando su infancia.
Cuando llegaron al estadio, la atmósfera era electrizante. La música sonaba, los fuegos artificiales estallaban en el aire, y el olor a comida callejera llenaba las narices de Tomás.
"¡Esto es increíble!", gritó Tomás, mientras corría hacia la entrada.
Una vez dentro, encontraron sus asientos y comenzaron a animar con otros hinchas. El juego empezó, y las emociones subían y bajaban como una montaña rusa. Sin embargo, en medio del partido, Tomás notó que un grupo de chicos no estaban disfrutando como él. Se veían tristes.
"Papá, ¿por qué esos chicos no están felices?", preguntó Tomás.
"Quizás su equipo no esté ganando, o tal vez no tienen a alguien con quien disfrutar el partido", sugirió Miguel.
Tomás pensó un momento y decidió que quería ayudar.
"¿Puedo darles mis banderas, papá?", preguntó con una mirada decidida.
"¡Claro que sí, hijo! Eso sería un gran gesto", respondió Miguel.
Tomás corrió hacia los chicos, bandera en mano.
"¡Hola! ¡Quieren compartir esto!", dijo él, ofreciéndoles las banderas.
Los chicos miraron a Tomás confundidos al principio, pero luego sonrieron.
"¿De verdad? ¡Gracias!", respondió uno de ellos.
Con la emoción renovada, los chicos comenzaron a animar también y pronto estaban todos juntos, gritando por el América de Cali. La alegría y el entusiasmo se esparcieron como fuego.
Sin embargo, a medida que el partido avanzaba, el equipo de Tomás comenzó a perder. La tensión se sentía en el aire, pero Tomás no se desanimó. Decidió alentar con más fuerza.
"¡Vamos, América! ¡Ustedes pueden!", gritó él, junto a sus nuevos amigos.
Cuando el partido terminó, su equipo no ganó. Los jugadores se retiraron del campo con la cabeza gacha, y muchos hinchas lucían desanimados. Sin embargo, Tomás estaba sorprendentemente contento.
"Papá, aunque no ganamos, fue el mejor día de mi vida", le dijo Tomás mientras regresaban a casa.
"Lo importante no es solo ganar, hijo. Es la experiencia que compartiste, las amistades que hiciste y cómo decidiste alegrar el día de otros", dijo Miguel con orgullo.
Tomás comprendió que el fútbol era más que solo un juego, era una manera de conectar con otros, de compartir risas y emociones.
Al llegar a casa, Tomás dijo: "El próximo partido, quiero que todos mis amigos vengan, y también los chicos que conocí hoy".
"¡Eso suena grandioso! Podemos hacer una gran fiesta de barrio", dijo Miguel, y ambos se rieron, pensando en el próximo partido.
Así, el día en el estadio se convirtió en una hermosa lección sobre la amistad y lo que realmente importa: disfrutar, compartir y crear recuerdos juntos.
FIN.