Un Día en la Casa de los Martínez
Era una linda mañana en la casa de los Martínez. La familia estaba lista para un día lleno de aventuras. El sol brillaba y las risas resonaban por toda la casa. El aroma de las facturas horneadas por la mamá llenaba el aire.
- ¡Buenos días, familia! - dijo papá, mientras se servía un café en la mesa.
- ¡Buenos días! - respondieron todos al unísono, con una sonrisa en el rostro.
Mamá se acercó con una bandeja de medialunas recién salidas del horno.
- ¡A disfrutar del desayuno, que hoy tenemos una sorpresa! - dijo emocionada.
- ¿Sorpresa? - preguntó Juan, el hermanito de siete años, con sus ojos brillando de curiosidad.
- Sí, pero no puedo decirles nada, tienen que esperar - dijo mamá, haciendo un gesto de misterio con el dedo en los labios.
Después de desayunar, los abuelos llegaron a visitar. Eran la abuela Rosa y el abuelo Manuel, que siempre traían historias interesantes y dulces para compartir.
- ¿Qué planes tienen hoy? - preguntó la abuela Rosa, sonriendo.
- ¡Queremos saber qué es la sorpresa! - exclamó Juan.
- Es un secreto, pero si somos buenos, tal vez podamos averiguarlo - respondió papá, guiñándole un ojo a su esposa.
Entonces, la mamá se levantó y dijo:
- Muy bien, ¡vamos al parque! Allí les contaré la sorpresa.
Cuando llegaron al parque, el aire fresco y el canto de los pájaros les dieron la bienvenida. Mientras caminaban, encontraron un pequeño grupo de niños jugando al aire libre.
- ¡Miren! - señaló Juan. - ¿Podemos jugar con ellos?
- Claro, pero primero hay que escuchar a mamá - dijo el hermano mayor, Tomás.
- Sí, después jugamos - agregó papá.
Finalmente, después de jugar un rato, todos se sentaron en un banco.
- Bueno, ya llegó el momento de la sorpresa - empezó mamá, con una gran sonrisa en su rostro. - Hoy vamos a hacer un picnic y luego, si el clima lo permite, ¡vamos a volar una cometa!
- ¡Siii! ¡Me encanta volar cometas! - gritaron los chicos, entusiasmados.
Así que todos juntos, se dispusieron a disfrutar del picnic. Mientras compartían sandwiches y frutas, contaban historias sobre cuando eran niños.
- Yo solía volar cometas todo el tiempo - dijo el abuelo Manuel. - Eran grandes y de colores hermosos.
- ¿Y qué les pasó? - preguntó Juan curioso.
- Bueno, un día voló tan alta que no la encontramos más - rió el abuelo, recordando.
Después de comer, fue el momento de sacar la cometa. Papá ayudó a montarla y luego, todos juntos, corrieron para que el viento la levantara.
- ¡Miren cómo vuela! - exclamó Tomás, mientras todos aplaudían.
Sin embargo, de repente, una ráfaga de viento vino más fuerte y la cometa se salió de control.
- ¡Noooo! - gritaron los niños, asustados.
- ¡Tranquilos! - dijo papá, tratando de mantener la calma. - Hay que correr hacia donde se fue para intentar atraparla.
Así que todos corrieron tras la cometa, riendo y gritando. En su carrera, se toparon con un árbol. La cometa había quedado enganchada.
- ¡La tenemos! - exclamó Juan, levantando los brazos en señal de victoria.
- No tan rápido - dijo la abuela Rosa. - Siempre hay que tener cuidado al acercarse a los árboles.
Así, aprendieron que deben ser cuidadosos y trabajar en equipo. Después de un minute, ayudaron a liberarla y la cometa volvió a volar por el aire, ahora feliz.
- ¡Lo logramos! - gritaron todos emocionados.
- Eso es, juntos somos más fuertes y siempre cuidando uno del otro - dijo papá, orgulloso.
Al regresar a casa, la familia se sintió más unida que nunca. Agradecieron el día vivido y la alegría de tenerse entre ellos.
- Todos somos parte del equipo Martinez - finalizó mamá con una sonrisa. - Y eso es lo más importante.
Y así, la familia Martínez aprendió que cada día es una nueva aventura, llena de amor, respeto y unión, donde siempre hay espacio para disfrutar juntos.
Los niños sonrieron y se prometieron que nunca dejarían de cuidarse y quererse, porque eso es lo que hace que sean una familia hermosa y especial.
Soñaron con más picnics, más cometas y muchas más sorpresas juntos.
FIN.