Un Día en la Granja
Era una soleada mañana y Tomi, un niño curioso, estaba emocionado porque iba a visitar la granja de su abuelita. Con su sombrero de paja y su mochila llena de snacks, partió caminando hacia el lugar donde podía ver a todos los animales.
Al llegar, lo recibió el sonido de una gallina que cacareaba. Tomi sonrió al ver a la gallina de plumas marrones que caminaba por el corral. -Hola, gallina- dijo el niño, pero la gallina sólo lo miró con curiosidad, buscando algo para picotear en el suelo.
Luego vio a un grupo de patos nadando felices en el estanque. -¿Qué estarán haciendo? -, pensó Tomi. Los patitos hacían “cuac, cuac” mientras nadaban, salpicando agua por todas partes. Tomi rió y se acercó, disfrutando de verlos jugar.
Más adelante, en el establo, se encontró con una vaca de grandes manchas blancas y negras. -¡Vaca, qué gran sonrisa tenés! - exclamó Tomi, mirando cómo masticaba hierba lentamente. La vaca no hizo más que mover la cabeza y seguir comiendo. Tomi se dio cuenta de que todos los animales eran así: podían ser amigables, pero no hablaban como él.
Mientras recorría la granja, llegó a un cercado donde había unos cerdos. Eran rosados y regordetes, revolcándose en el barro. -¡Uhh, qué diversión! -, dijo Tomi, imaginando cómo sería jugar en el barro con ellos. Aun así, sabía que eso no era viable, así que los observó de lejos.
De repente, escuchó un rebuzno. Era un burro que caminaba por el campo, y Tomi se acercó a acariciarlo. -Sos un buen burro, amigo- le dijo, mientras el burro movía sus orejas como si lo entendiera. Tomi se reía mientras pensaba que de alguna manera, todos podían comunicarse sin necesidad de hablar.
Más tarde, decidió ayudar a su abuela a dar de comer a los animales. Juntos llenaron los comederos de heno y granos. Tomi entendió que cuidar de los animales era un gran trabajo y que cada uno tenía su propia función en la granja. La gallina ponía huevos, la vaca daba leche, y los patos ayudaban a mantener el estanque limpio.
Cuando llegó la hora de regresar a casa, Tomi se despidió de todos sus amigos animales. -¡Hasta pronto, amigos! Los voy a extrañar- les dijo. Mientras caminaba de vuelta, se dio cuenta de que había aprendido algo muy importante: aunque los animales no hablaban, había un lenguaje especial en sus acciones. Había alegría en jugar, en compartir la comida y en disfrutar del sol juntos.
Cada animalito tenía un papel en la vida de la granja, así como él tenía un papel en su hogar. Tomi sonrió para sí mismo, sintiendo que había crecido un poquito más en ese mágico día.
FIN.