Un Día Mágico en el Nevado



Era un hermoso día en el nevado de Ibague. La madre, Clara, había decidido llevar a sus dos hijos, Mateo y Luna, a explorar la belleza del lugar. La nieve cubría todo como un hermoso manto blanco y el aire fresco traía consigo el delicioso olor a pan recién horneado que salía de la cabañita cercana al camino.

"¡Mira, mamá! ¡Las montañas parecen de azúcar!" exclamó Mateo, maravillado por lo que veía.

"Sí, hijo, son como un sueño hecho realidad. ¿Saben qué es lo mejor de todo?" preguntó Clara.

"¡Los juegos en la nieve!" gritaron los niños al unísono.

Con risas y alegría, se lanzaron a hacer muñecos de nieve, tirarse bolas y hacer ángeles en el suelo pulverulento.

Después de un buen rato de juego, Clara les dijo:

"Chicos, ya es hora de un descanso. ¡Vamos a buscar ese olor a pan!"

Sus ojos brillaron de emoción, así que todos tomaron de la mano y se dirigieron hacia la cabaña que estaba iluminada con luz tenue. Al acercarse, pudieron ver a una anciana preparando pan en el horno.

"¡Hola, abuela!" dijo Luna con una gran sonrisa. "¿Podemos probar tu pan?"

La anciana los miró dulcemente y respondió:

"¡Por supuesto, pequeños! Pero antes, ayúdenme a sacar el pan del horno. Necesitamos un poco de ayuda, y si colaboran, les daré una rebanada fresquita."

Clara sonrió, orgullosa de que sus hijos aprendieran el valor de ayudar.

"Vamos, chicos, ¡manos a la obra!"

Juntos, sacaron el pan dorado y humeante del horno y lo pusieron sobre la mesa. La anciana, satisfecha, lo cortó y les dio a cada uno un trozo.

"Gracias, abuela, esto está delicioso" dijo Mateo, con la boca llena de pan.

"Esta receta es especial, trae alegría y amistad, y eso es lo que la hace única" contestó la anciana.

Mientras degustaban, Clara preguntó:

"¿Qué ingredientes tiene tu pan?"

"Lleva amor, paciencia y un secreto que sólo se descubre al cocinar con el corazón" explicó la anciana con una sonrisa brillando en sus ojos.

De repente, escucharon un murmullo afuera. Salieron y vieron que varias flores del ocobo rosadas comenzaban a florecer entre la nieve, algo muy poco común.

"¡Mamá! ¡Mira! ¡Las flores están hablando!" gritó Luna.

"No son las flores, es el viento que las acaricia" explicó Clara.

Los niños se acercaron a las flores y comenzaron a hablarles.

"¿Por qué están aquí, si todavía es tiempo de frío?" preguntó Mateo.

Las flores respondieron en un susurro:

"Vimos que la bondad y el amor llenan este lugar, así que decidimos venir a traer alegría."

Los niños quedaron atónitos. Con cada palabra que escuchaban, nuevos copos de nieve caían, creando un espectáculo mágico.

"¿Podemos ayudarlas a quedarse más tiempo?" preguntó Luna.

"Claro, si comparten su alegría con otros, siempre volveremos" dijeron las flores.

Así que, inspirados por la anciana y las flores, Mateo y Luna decidieron organizar un pequeño festival en el nevado. Invitaron a los vecinos y compartieron pan, alegría y juegos, mientras las flores del ocobo llenaban el aire con su fragancia.

Día tras día, los niños ayudaban a la anciana y aprendían a hacer pan, mientras la magia de las flores se esparcía por todo el nevado, llenando los corazones de todos.

Y así, cada año, el nevado de Ibague se convertía en un lugar donde los niños, la gente y las flores se unían en una celebración de amor, amistad y generosidad.

"Mamá, este es el mejor día de nuestras vidas!" dijo Mateo.

Con una gran sonrisa, Clara abrazó a sus hijos.

"Cada día puede ser mágico si compartimos lo que tenemos y ayudamos a los demás. Eso es lo que hace que el corazón crezca, como las flores en primavera."

Y desde entonces, el nevado se llenó de risas, dulzura, y todos los colores, recordando siempre que un poco de amor puede hacer florecer hasta lo más frío.

FIN.

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