Un día María encontró un dinosaurio



Era una mañana soleada en el pequeño pueblo de Valle Verde. María, una niña curiosa de siete años, salió de su casa con una mochila llena de provisiones, dispuesta a explorar el bosque cercano. Siempre había sentido fascinación por los dinosaurios, esos gigantes que una vez caminaron la Tierra. Mientras caminaba, escuchó un extraño ruido detrás de unos arbustos.

- ¿Quién está ahí? - preguntó María, con un poco de miedo pero también emocionada.

De repente, un enorme dinosaurio verde apareció. Era un brontosaurio, con un largo cuello que se movía suavemente y una cola que agitaba el aire.

- ¡Hola! - dijo el brontosaurio con una voz suave.

María se quedó boquiabierta. Nunca había visto un dinosaurio en persona.

- ¡Hola! ¿Eres real? - preguntó, con los ojos como platos.

- Por supuesto que soy real. Me llamo Bruno. Llevo mucho tiempo aquí escondido porque los humanos no suelen ser muy amables. - respondió el dinosaurio.

María sonrió y, sintiendo que podía confiar en Bruno, le preguntó:

- ¿Por qué te escondes? ¡Eres un dinosaurio increíble! ¡Deberías estar en un museo!

Bruno suspiró.

- Ah, me gustaría, pero tengo miedo de que no entiendan mi corazón amistoso. La gente puede asustarse de los que son diferentes.

María pensó un momento y decidió que tenía que ayudar a Bruno. Juntos, comenzaron a explorar el bosque, compartiendo historias sobre sus vidas. Bruno le explicó que se había perdido y había estado buscando el camino de regreso a su hogar, que se encontraba más allá de las montañas.

- Tal vez podría ayudarte a encontrarlo, - dijo María con determinación.

Bruno sonrió, y ambos se pusieron en marcha. Mientras cruzaban el bosque, encontraron un arroyo donde jugaron y chapotearon. Maria le enseñó a Bruno a hacer barcos de hojas, y Bruno, a su vez, le mostró cómo hacer sombras con sus patas gigantes mientras se reían juntos.

Sin embargo, de pronto, escucharon un fuerte rugido. Era un grupo de cazadores que, al ver a Bruno, comenzaron a perseguirlo.

- ¡Corre Bruno! ¡A la cueva! - gritó María, empujando a su amigo.

Entraron en una cueva oscura y esconderse. Desde adentro escucharon cómo los cazadores pasaron de largo, pero María sabía que debían salir y encontrar una solución. Se le ocurrió un plan.

- Tenemos que demostrarles que eres un amigo y no un enemigo. ¿Puedes hacer algo que los sorprenda? - preguntó María.

- Claro, puedo hacer que los árboles se balanceen - le dijo Bruno.

Salieron de la cueva y Bruno comenzó a mover su gran cuerpo. Los árboles se movieron como si estuvieran bailando, y los cazadores, asombrados, se detuvieron. María se acercó a ellos y les habló con valentía.

- ¡Esperen! No tengan miedo. Bruno no quiere hacerles daño. Solo está buscando su hogar.

Los cazadores miraron a María, luego a Bruno, y comenzaron a comprender. Uno de ellos dijo:

- Nunca pensé que un dinosaurio pudiera ser tan amistoso. Tal vez deberíamos ayudar a este gigante a regresar a su casa.

Bruno y María sonrieron al escuchar eso. Al final, los cazadores decidieron guiarlos más allá de las montañas. Con la ayuda de un mapa, llegaron hasta un valle lleno de plantas y árboles, donde Bruno pudo sentirse en casa nuevamente.

- Nunca olvidaré nuestra aventura y lo valiente que fuiste - le dijo Bruno a María.

- Y tampoco olvidaré que hay que mirar más allá de las diferencias. ¡Gracias por ser mi amigo! - respondió María, feliz.

Bruno le dio un último abrazo antes de despedirse. María volvió a su pueblo con historias maravillosas para contar y un corazón lleno de alegría. Comprendió que los amigos vienen en todas formas y tamaños y que la amistad se construye con amor y valentía.

Desde ese día, María continuó explorando y aprendiendo sobre todas las criaturas del mundo, siempre recordando al dulce dinosaurio que le enseñó a ser valiente y a ver lo mejor en los demás.

Y así, la pequeña María se convirtió en la mejor defensora de la amistad y la diversidad, llevando su historia a todos os que la rodeaban.

FIN.

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