Un encuentro mágico
Había una vez en un pequeño pueblo llamado Villa Mariposa, una niña llamada Rosa. Desde que era muy pequeña, a Rosa le encantaban las mariposas.
Pasaba horas observándolas revolotear por los jardines, fascinada por sus colores y su gracia al volar. Un día, mientras paseaba por el bosque cercano a su casa, Rosa encontró una mariposa herida en el suelo.
Sin dudarlo un segundo, la recogió con cuidado y decidió llevarla a su casa para cuidar de ella. "¡Mamá, mamá! ¡Mira lo que encontré en el bosque!", exclamó Rosa emocionada al entrar corriendo a la cocina donde su madre estaba preparando la cena.
Su madre se sorprendió al ver la mariposa y le dijo: "Rosa, es importante recordar que las mariposas son seres delicados y necesitan mucho cuidado. ¿Estás segura de poder ocuparte de ella?""¡Sí mamá! ¡Haré todo lo posible para ayudarla a recuperarse!", respondió determinada la niña.
Rosa creó un pequeño hogar temporal para la mariposa herida dentro de una caja con agujeros para que pudiera respirar. Todos los días le daba agua con azúcar y trozos de fruta fresca para alimentarla.
También investigó en libros sobre mariposas cómo cuidar adecuadamente a su nueva amiga. Con el pasar de los días, la mariposa empezó a recuperarse gracias al amor y dedicación de Rosa. Sus alas antes marchitas comenzaron a desplegarse lentamente mostrando sus brillantes colores.
Finalmente, un día soleado, la mariposa estaba lista para volver a volar libremente. "¡Mira mamá! ¡Nuestra amiga está lista para regresar al bosque!", exclamó emocionada Rosa mientras abría con cuidado la caja donde había estado viviendo la mariposa.
La mariposa salió volando lentamente y dando vueltas alrededor de Rosa como si quisiera despedirse antes de emprender vuelo hacia los altos árboles del bosque. Desde ese día, las mariposas visitaban constantemente el jardín de Rosa como si supieran que siempre serían bienvenidas allí.
Y aunque muchas veces volaban alto y rápido sin detenerse demasiado tiempo, siempre dejaban en ella una sensación de alegría y gratitud por haber aprendido que incluso las criaturas más pequeñas pueden enseñarnos grandes lecciones sobre amor incondicional y cuidado del prójimo.
FIN.