Un Encuentro Mágico



Había una vez en un pueblo pequeño, un niño llamado Juan que siempre estaba buscando aventuras. Le encantaba explorar el bosque y conocer nuevos amigos. Un día, mientras jugaba cerca de un arroyo, escuchó un suave llanto.

"¿Quién está llorando?" - se preguntó Juan, intrigado.

Siguiendo el sonido, Juan se adentró un poco más en el bosque hasta que llegó a un claro, donde vio a una mujer de vestido blanco sentada en una roca.

"Hola, señora, ¿por qué llora?" - preguntó Juan con curiosidad.

La mujer levantó la vista, sus ojos eran tristes pero muy bellos.

"Soy la Llorona," - respondió con voz suave, "lloro por mis hijos que se han perdido en el tiempo. Nunca los pude encontrar."

Juan, que había escuchado historias sobre la Llorona, se dio cuenta de que no era como la gente decía. En lugar de asustarse, sintió compasión por ella.

"Yo puedo ayudarla a encontrar a sus hijos," - dijo Juan con determinación.

La Llorona lo miró sorprendida.

"¿De verdad lo harías?" - preguntó.

"Sí, estoy listo para una aventura. Contemos la historia de tus hijos, y quizás así podamos hacer que regresen." - respondió Juan.

La Llorona sonrió débilmente y comenzó a contarle sobre sus hijos, cómo eran, sus risas y sus juegos. Juan se sentó a su lado y escuchó atentamente, tomando nota mental de cada detalle.

"Ahora, vamos a buscar pistas," - dijo Juan entusiasmado. "Si sabemos cómo eran, podemos preguntar a los animales del bosque si los han visto."

La Llorona asintió y juntos comenzaron su búsqueda. Primero, se acercaron a un grupo de aves coloridas que cantaban alegremente.

"¡Hola, aves!" - saludó Juan. "¿Han visto a los hijos de la Llorona?"

Una de las aves, que parecía ser la más sabia del grupo, bajó volando y dijo:

"Sí, los vi jugando cerca del lago, pero eso fue hace mucho tiempo. Ahora juegan en un lugar mágico, donde el tiempo no pasa."

"¿Cómo podemos llegar a ese lugar?" - preguntó Juan ansiosamente.

La ave les indicó el camino y se despidieron. Siguieron el arroyo hasta llegar a un lago brillante, donde los reflejos del sol danzaban sobre el agua.

Juan miró a la Llorona y le dijo:

"¿Y si los llamamos? A lo mejor vienen cuando escuchen su nombre."

La Llorona, aunque dudosa, decidió intentarlo.

"¡Mis amores! ¡Vengan! ¡Aquí estoy!" - gritó con todas sus fuerzas.

De pronto, de las profundidades del lago, emergieron dos figuras luminosas que se acercaban nadando. Eran los hijos de la Llorona, radiantes y felices.

"¡Mamá! ¡Te hemos estado esperando!" - gritaron con entusiasmo.

La Llorona rompió a llorar, pero esta vez de felicidad.

"¡Los encontré! Gracias, Juan!" - dijo ella, abrazando a sus hijos.

Juan sonrió, sintiendo que había logrado algo maravilloso.

"No hay de qué, sólo quería que estuvieras feliz."

Los tres miraron a Juan con gratitud, y la Llorona le agradeció una vez más.

"No todos los días se encuentra a alguien tan valiente y con un gran corazón como vos. Por eso, como agradecimiento, quiero darte un regalo."

"¿Regalo?" - preguntó Juan sorprendido.

La Llorona le dio una hermosa pluma brillante.

"Esta pluma siempre te recordará que la valentía y la compasión son las mayores aventuras que podemos vivir. Cuando la tengas, siempre recuerda ayudar a quienes lo necesitan, como lo hiciste conmigo."

Entonces, la Llorona y sus hijos se despidieron, regresando al lago donde el tiempo se detuvo. Juan volvió a su casa con la pluma en la mano y una gran sonrisa en su rostro, sabiendo que siempre llevaría consigo el valor de ayudar a otros, sin importar lo difícil que pareciera la aventura.

Desde entonces, cada vez que Juan veía la pluma, recordaba su encuentro con la Llorona y se esforzaba por ser un buen amigo y ayudar a quienes lo necesitaban, iluminando el mundo con su bondad y valentía.

FIN.

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