Un Fin de Semana en la Montaña



Era un hermoso viernes por la tarde cuando los hermanos Santi y Lila regresaron de la escuela. El sol brillaba en el cielo y el aire fresco de la montaña les llenaba los pulmones. - ¡Mirá, Lila! - exclamó Santi, señalando por la ventana del auto - ¡Ya se ven las montañas!

- ¡Yo quiero escalar una! - respondió Lila con entusiasmo.

Habían planeado esa escapada durante semanas. Su abuelo vivía en un pequeño pueblo rodeado de montañas, y este fin de semana lo visitarían. Mientras el auto avanzaba por el camino serpenteante, comenzaron a pensar en todas las aventuras que tendrían: escalar, explorar y, por supuesto, disfrutar de la naturaleza.

Cuando llegaron, su abuelo los recibió con los brazos abiertos. - Bienvenidos, mis pequeños exploradores. Hoy vamos a salir a buscar huellas de animales. ¿Quién se anima? - dijo con una sonrisa.

- ¡Yo! - gritaron Santi y Lila al unísono.

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De esa forma, partieron rápidamente hacia la montaña. Todos llevaban sus mochilas llenas de bocadillos y agua. Caminaban en fila india, cuando su abuelo les enseñó a observar el suelo. - Miren, aquí hay huellas de un ciervo - apuntó señalando con su bastón. Los niños se emocionaron al ver las marcas en el barro.

A medida que avanzaban, comenzaron a escuchar un sonido extraño. - ¿Qué será eso? - preguntó Santi, intrigado.

- Puede que sea un pájaro o un animal - ofreció Lila, mirando hacia los árboles. Decidieron seguir el sonido. Pronto, llegaron a un pequeño arroyo, donde vieron un grupo de patos nadando.

- ¡Qué lindos! - dijo Lila, corriendo hacia el agua. - ¡Mirá cómo juegan!

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Pero en su entusiasmo, no se dio cuenta de que estaba cerca de la orilla resbaladiza. ¡Plop! Cayó al agua. - ¡Lila! - gritó Santi, pero su abuelo la había atrapado con agilidad antes de que se mojara completamente.

- ¡Uff, qué susto, Lila! - exclamó Santi mientras ayudaba a su hermana a levantarse.

- ¡Lo siento! No quería caer - se rió Lila, sintiéndose un poco avergonzada. - Aprendí que hay que tener cuidado en la orilla.

- ¡Exactamente! La naturaleza puede ser divertida, pero también hay que respetarla - dijo su abuelo con una mirada orgullosa.

Después de disfrutar del espectáculo de los patos, siguieron explorando el lugar. Al caer la tarde, decidieron regresar a casa. Mientras caminaban, los niños contaban historias acerca de los animales que podrían haber encontrado o la aventura que tendrían al día siguiente. Pero al llegar al pueblo, un fuerte viento comenzó a soplar, y el cielo se oscureció.

- Abuelito, ¿va a llover? - preguntó Lila, asustada.

- No se preocupen, esto es solo un poco de viento - les aseguró su abuelo - Yo tengo un refugio en la casa donde estaremos a salvo. Vamos.

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Una vez en casa, se sintieron aliviados. Comieron rico, contaron historias y, mientras tomaban chocolate caliente, miraban por la ventana cómo el viento movía los árboles.

La siguiente mañana, el clima era perfecto. El sol brillaba nuevamente y decidieron salir a hacer una caminata más larga a una montaña cercana para ver el amanecer.

- ¡No puedo esperar para escalar! - dijo Lila emocionada.

- Hoy vamos a llegar hasta la cima - le prometió Santi.

- ¡Sí! - gritaron juntos.

Preparándose, picaron frutas, se pusieron ropa cómoda y emprendieron el camino. Este trayecto fue diferente; aprendieron a identificar más plantas y flores. El abuelo en cada paso les daba lecciones de respeto por la vida, la importancia de cuidar el medio ambiente y cómo cada pequeño acto cuenta.

Mientras subían, se encontraron con un grupo de chicos del pueblo. - ¡Hola! ¿Quiénes son? - preguntó uno de ellos.

- ¡Somos Santi y Lila! Venimos a explorar - dijo Lila con una sonrisa.

- Nosotros también. ¿Quieren unirse a nosotros? - ofreció una de las chicas.

- ¡Sí! - respondieron al unísono.

Juntos empezaron a escalar más rápido, haciendo carreras en el camino. Pero a medida que avanzaban, se dieron cuenta de que había un lugar donde debían hacer una pausa debido a una roca grande.

- ¡No podemos pasar! - lamentó Santi.

- ¿Y si subimos por las piedras? - propuso un chico del grupo. Todos comenzaron a mirar la roca con determinación. Uno a uno se animaron a escalar.

- ¡Yo me animo! - dijo Lila, trepando. Sin embargo, al llegar a la cima, se resbaló un poco. - ¡Ay! - se quejó.

- ¡Toma mi mano! - dijo Santi, extendiendo su brazo. Ella lo tomó y con ayuda de su hermano logró estabilizarse.

- ¡Lo logré! - exclamó feliz.

Así, en grupo, aprendieron el valor de la colaboración y la ayuda mutua. Juntos llegaron a la cima de la montaña, donde pudieron ver el pueblo a sus pies y el amplio cielo despejado. - ¡Es hermoso! - dijo Lila, mirando todo con asombro.

- Sí, el esfuerzo valió la pena - asentó Santi, orgulloso de lo que habían logrado.

- Recuerden que la naturaleza siempre da lo mejor si la cuidamos - les repitió el abuelo, con una sonrisa satisfecha.

El regreso fue alegre; todos compartían risas y anécdotas. Cuando llegaron a casa, los hermanos estaban cansados, pero felices. - Abuelito, fue el mejor fin de semana de todos - dijo Lila, abrazándolo.

- Sí, aprendimos mucho - añadió Santi, sonriendo.

- También aprendieron una lección importante: en la vida, como en la montaña, los desafíos son más fáciles de superar si vamos juntos - concluyó el abuelo.

Y así, Santi y Lila nunca olvidaron aquel fin de semana en la montaña, no solo por las aventuras, sino por los valores que aprendieron, y lo emocionantes que pueden ser las pequeñas cosas en la vida.

FIN.

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