Un Golpe de Reflexión
Érase una vez un niño llamado Tomás que iba a la escuela primaria en un pequeño barrio de Buenos Aires. Tomás era muy buen estudiante, pero tenía un problemita: le gustaba pegarles a sus compañeros cuando se enojaba.
Un día, en el recreo, un grupo de chicos jugaba al fútbol. Tomás, que quería ser el capitán del equipo, sintió que no lo estaban escuchando cuando les daba instrucciones.
"¡Che, escúchenme un poco! ¡Fer, pasame la pelota, boludo!", gritó Tomás, pero nadie le hizo caso. Lleno de rabia, decidió patear el balón con todas sus fuerzas, pero en lugar de eso, terminó dándole un golpe a su compañero, Lucas, que apenas estaba cerca.
"¡Tomás, ¿estás loco? !" -exclamó Lucas, tocándose la cabeza donde había recibido el golpe.
Tomás se sintió mal, pero en vez de disculparse, se soltó con risa y se burló: "¿Qué te pasó? ¿No sabés jugar al fútbol?"
Los demás chicos se alejaron de él, y por unos minutos, Tomás fue el único en quedarse solo.
Esa tarde, mientras hacía la tarea, recordó lo que pasó en el recreo. Sabía que había cruzado la línea, pero no podía evitarlo. Siempre sentía que tenía que demostrar que era fuerte, que podía ganar, a costa de hacer sentir mal a los demás. Al día siguiente, decidió que iba a cambiar.
A la mañana siguiente, se acercó a Lucas.
"Che, loco, perdoname por lo de ayer. No quise golpearlo. Me dejé llevar por la bronca. ¿Podemos jugar juntos hoy?"
Lucas lo miró sorprendido, pero asintió. "Está bien, Tomás. Pero no vuelvas a hacerlo. Me dolió un montón masajeando el golpe."
"Prometo que no lo voy a hacer más. La próxima vez, mejor te digo cómo me siento y no me dejo llevar."
Desde ese día, Tomás empezó a poner en práctica su nueva decisión. Cada vez que sentía que la bronca lo invadía, se tomaba un momento para respirar y reflexionar. En vez de pegar, usaba palabras para expresar lo que sentía. Su profesora, la señorita Ana, se dio cuenta del cambio.
"Tomás, has madurado mucho. Es admirable ver cómo has aprendido a manejar tus emociones. ¿Qué te hizo reflexionar?"
Tomás pensó un momento. "Me di cuenta que pegarle a los demás no me hace más fuerte. En realidad, me hace más débil, porque me quedo solo. Me gustaría tener amigos y divertirme."
Con el tiempo, Tomás se convirtió en uno de los chicos más queridos por sus compañeros. Ya no lo veían como el fuerte que pegaba, sino como el amigo que jugaba a la pelota, compartía y los animaba.
Un día, cuando el sol se ponía, se juntaron todos en la plaza a jugar. Tomás sonrió al ver que había aprendido una gran lección.
"Che, chicos!", gritó. "Vamos a hacer un equipo y jugar juntos. Olvidemos a los que no saben jugar. Mientras estemos todos juntos, seguro nos divertimos."
Todos aplaudieron a Tomás, el niño que había aprendido a jugar como un verdadero amigo.
Y así fue como Tomás nunca más necesitó golpear, porque había encontrado un lugar para expresarse. En su corazón, sabía que la verdadera fuerza estaba en el respeto y la amistad, no en la fuerza física.
FIN.