un héroe en el aula
Elías era un niño de 8 años que recién comenzaba a cursar tercero de primaria en una escuela nueva. A pesar de que era bromista, alegre e imaginativo, tenía una gran preocupación que lo acompañaba día tras día: no lograba aprender a leer, escribir y las matemáticas le resultaban un verdadero desafío.
Cuando llegó su primer día de clases, se sentía nervioso y emocionado a la vez. Al entrar al aula, vio a varios niños riendo y jugando. Se acercó, decidido a hacer amigos.
"¡Hola, soy Elías! ¿Quieren jugar?" - dijo con una gran sonrisa.
Los niños lo miraron con sorpresa, pero una niña llamada Sofía sonrió y respondió:
"Claro, ¡vamos a jugar a la rayuela!"
Y así, en un parpadeo, Elías se unió a ellos, olvidándose un poco de sus miedos. Sin embargo, al enfrentarse a las tareas educativas, la preocupación regresó. Durante la clase de lengua, la maestra Ana les pidió que leyeran un cuento.
"Elías, ¿puedes leer el primer párrafo?" - preguntó la maestra.
Se sentía como un pez fuera del agua. Con voz temblorosa y sin poder encontrar las palabras, respondió:
"No, maestra, no puedo..."
La maestra, con una sonrisa cálida, le dijo:
"No pasa nada, Elías. Leer es como volar en un avión. Al principio puede dar miedo, pero con práctica, te convertirás en un gran piloto. ¿Te gustaría que lo intentemos juntos?"
Elías se sintió un poco mejor, así que aceptó. Con la ayuda de la maestra, comenzó a practicar todos los días y a descubrir las aventuras que los libros podían ofrecer. Pero no sólo era la lectura lo que lo preocupaba; las matemáticas también lo tenían confundido. En una clase de matemáticas, la maestra le pidió que resolviera un ejercicio en la pizarra.
"Elías, ¿cuánto es 7 más 3?" - le preguntó la maestra.
Elías se quedó mudo. Sintió que el corazón le latía con fuerza. Sabía que la respuesta estaba en su mente,
"Eh... no sé..."
La maestra Ana se acercó y le dijo:
"A veces, Elías, los números son como criaturas; hay que aprender a jugar con ellas. Vamos a hacerlo divertido, ¿quieres?"
Entonces, la maestra comenzó a dibujar animales en la pizarra, agrupando las sumas y restas como si fueran un zoológico de matemáticas. Con cada animal que sumaban, Elías comenzó a entender cómo funcionaban las matemáticas. Empezó a ver números con más cariño en lugar de miedo.
Unas semanas después, llegó el día del examen de matemáticas. Elías estaba en su pupitre, inquieto.
"¡No puedo! ¡No quiero sufrir!" - exclamó en voz alta, angustiado.
Pero entonces, Sofía, quien se había convertido en su amiga más cercana, le tomó la mano y le dijo:
"Elías, ¿te acuerdas de lo que dijo la maestra? Has practicado mucho y ahora sos un gran piloto. ¡Podés hacerlo!"
Elías respiró profundo y pensó en todas las veces que había practicado, y en cómo los números ya no parecían tan aterradores. Con un valor renovado, se puso a resolver las preguntas una por una. Violando el tiempo de examen, se sintió libre y, al finalizar, sonrió al ver que había logrado contestar todas las preguntas.
Después de entregar el examen, la maestra Ana se acercó a Elías.
"Estoy muy orgullosa de vos, Elías. Has trabajado mucho y lo has logrado. ¡Estoy segura de que pasaste!"
Elías estalló en una risa de felicidad, sintiéndose como un verdadero héroe. Esa experiencia lo motivó a seguir aprendiendo.
Con el paso de los meses, la imaginación de Elías floreció gracias a la lectura. Creó historias en las que él era un aventurero que viajaba a tierras lejanas con dragones y castillos, todo mientras sus habilidades en la escritura mejoraban. A final de año, decidió que quería leer un cuento a sus compañeros durante el día del libro de la escuela.
El día llegó, y frente a todos, dijo:
"Hoy les voy a contar la historia de un niño que soñaba con aprender y se convirtió en un gran lector. Ese niño soy yo, y no se rindió. ¡Los invito a soñar y nunca dejar de aprender!"
Los aplausos resonaron en el salón. Elías, lleno de confianza, se dio cuenta de que el aprendizaje era un viaje. Y aunque había obstáculos, su alegría, imaginación y la ayuda de sus amigos lo harían volar alto.
Desde ese día, Elías ya no temió a los libros ni a los números; en su lugar, los abrazó y se aventuró a seguir aprendiendo siempre, porque había descubierto que el verdadero poder estaba en creer en uno mismo y en la amistad.
FIN.