Un Jardín de Emociones
Había una vez en el colorido jardín de la abuela, un grupo de frutas muy especiales.
Había una manzana roja y jugosa llamada Anita, una pera amarilla y dulce llamada Pedro, una naranja brillante y energética llamada Lola, y un plátano suave y risueño llamado Tomás. Un día soleado, las cuatro frutas se encontraron cerca del árbol de cerezos para jugar. Pero algo extraño estaba pasando: todas las frutas parecían tristes.
Anita tenía los ojos llorosos, Pedro estaba encorvado como si le doliera algo, Lola no paraba de saltar nerviosamente y Tomás tenía una gran sonrisa pero sus hojas estaban caídas. "¿Qué les pasa a todos?", preguntó Anita preocupada.
"No lo sé", respondió Pedro con voz apagada. "¡Estoy tan inquieta que no puedo quedarme quieta!", exclamó Lola. "¡Jajaja! Yo estoy feliz pero mis hojas no están tan contentas", dijo Tomás riendo. Las frutas decidieron buscar ayuda en el sabio árbol de cerezos.
El viejo árbol escuchó atentamente sus problemas y les explicó que cada uno estaba experimentando diferentes emociones. Les enseñó que era normal sentirse triste, dolorido, inquieto o alegre en ciertas ocasiones.
El árbol les propuso un juego divertido para aprender más sobre las emociones. Cada fruta debía encontrar objetos en el jardín que representaran su emoción actual. Así podrían comprender mejor cómo se sentían. Anita decidió buscar flores marchitas para mostrar su tristeza.
Pedro encontró una piedra puntiaguda que le recordaba su dolor de espalda. Lola corrió y saltó detrás de las mariposas para expresar su inquietud, y Tomás recogió hojas verdes y brillantes para representar su alegría.
Después de jugar, las frutas se sentaron en círculo debajo del árbol y compartieron sus descubrimientos. Se dieron cuenta de que todos experimentaban diferentes emociones en diferentes momentos, pero eso no significaba que estuvieran solos. "Es normal sentirse triste a veces", dijo Anita.
"Y es normal tener dolores o molestias", agregó Pedro. "¡La inquietud también forma parte de la vida!", exclamó Lola. "Y estar feliz no significa que todo sea perfecto", concluyó Tomás con una sonrisa.
Las frutas aprendieron a aceptar sus emociones y a comunicarse entre ellas cuando necesitaban apoyo. A partir de ese día, se convirtieron en grandes amigos y siempre estuvieron allí el uno para el otro cuando alguien necesitaba ayuda.
El jardín volvió a llenarse de risas y juegos, pero ahora las cuatro frutas entendían que todas las emociones eran importantes y formaban parte de ser un fruto especial. Y así vivieron felices, compartiendo aventuras bajo el cuidado amoroso de la abuela en su colorido jardín. Fin.
FIN.