Un Juego de Cartas



En un pequeño pueblo rodeado de un denso bosque, Caperucita Roja había llegado a ser anciana, llena de sabiduría y recuerdos. El tiempo había pasado volando y, a lo largo de los años, su amistad con el lobo había crecido, aunque muchos en el pueblo aún lo miraban con desconfianza. Caperucita había decidido invitarlo a su casa para una tarde de cartas, algo que habían hecho en su juventud cuando la vida era más sencilla.

Era un día soleado, y la brisa fresca entraba por la ventana. Caperucita, sentada en su sillón de mimbre, revisaba las cartas mientras esperaba al lobo.

"Espero que no llegues tarde esta vez, Lobo. Ya no tengo la paciencia que tenía de joven", dijo Caperucita, sonriendo con picardía.

No pasó mucho tiempo hasta que el lobo apareció en la puerta, con una sonrisa amplia.

"No te preocupes, querida amiga. He tomado un atajo por el bosque. ¡Me siento joven de nuevo!", respondió el lobo, estrujando una pequeña bolsa de cartas que traía bajo el brazo.

Se acomodaron en la mesa. Los dos estaban emocionados por jugar y recordar viejos tiempos. Pero mientras jugaban, el lobo comenzó a contarle a Caperucita sobre su vida solitaria en el bosque.

"A veces me siento muy solo, Caperucita. Pasaron los años, y me he dado cuenta que mis antiguos hábitos me alejaron de los demás", confesó el lobo, barajando las cartas.

"La soledad puede ser difícil, Lobo. A veces hay que abrirse a los demás y dejar que se acerquen, aunque tenga miedo", respondió Caperucita, recordando cómo había aprendido a confiar en él a pesar de su fama.

Con cada partida, los dos hablaban sobre sus experiencias, riendo y compartiendo anécdotas de su juventud y las aventuras que habían tenido. El ambiente era cálido y la tarde se volvía cada vez más amena. Sin embargo, una sombra se asomaba en el horizonte.

"Caperucita, quiero que sepas que siempre he considerado nuestra amistad como algo valioso. Pero hay algo de lo que debo hablarte", dijo el lobo, repentinamente serio.

"¿Qué sucede, Lobo?", preguntó Caperucita, sintiendo que el ambiente cambiaba.

"He estado en conflicto conmigo mismo. Mis instintos... a veces son difíciles de controlar".

Caperucita frunció el ceño, sintiendo una punzada en el corazón.

"Siempre hemos superado las dificultades juntos. Puedes confiar en mí. Dime más", insistió, tratando de alentar a su amigo.

El lobo respiró hondo y soltó una lágrima.

"La verdad es que a veces siento que el lobo que hay en mí quiere salir, tal como sucedió en el pasado. Pero hoy, por tu amistad, he luchado contra esos instintos... siempre. Sin embargo, tengo miedo de que algún día ya no pueda controlarlo".

Caperucita tomó las manos del lobo entre las suyas con ternura.

"Siempre habrá un lugar en mi corazón para ti, amigo. Las decisiones son nuestras y siempre habrá un camino que elegir".

Ambos sintieron un aire de tristeza, pero decidieron seguir jugando a las cartas. Cada ronda era un recordatorio de cómo se entendían a la perfección, un vínculo que trascendía a los años y aun a sus naturalezas diferentes. Pero el tiempo seguía pasando, y el lobo parecía inquieto.

"Caperucita" , dijo el lobo después de una larga pausa, "quizás debamos hacer un trato".

"Un trato? ¿De qué estás hablando?", preguntó Caperucita, un poco sorprendida.

"Si me ganas en este último juego, prometo nunca dejar que mi instinto se apodere de mí", propuso el lobo, su mirada intensa.

Un aire de competencia surgió entre ellos. Se concentraron en la partida final, cada carta que jugaban era una mezcla de tensión y nostalgia. Pero, al final, fue el lobo quien ganó. La tristeza invadió a Caperucita, sintiendo que había fallado a su amigo.

"Lobo, ¿qué vas a hacer ahora?" preguntó ella, con miedo en su corazón.

"Lo prometido es deuda", dijo el lobo, mientras la mirada se le llenaba de incertidumbre. "A veces el instinto que llevo dentro es más fuerte que la razón... lo sé, lo siento".

Caperucita se levantó de la mesa, tratando de comprender, pero el lobo se dio la vuelta y corrió hacia el bosque, como si supiera que el tiempo para seguir luchando se había acabado.

"¡Lobo! ¡Vuelve aquí!" gritó Caperucita, pero no había vuelta atrás. La figura del lobo se fue desvaneciendo entre los árboles.

Caperucita sintió un profundo vacío. Se dio cuenta que, a pesar de los buenos momentos, el pasado siempre podría volver a ellos y no siempre de la mejor manera.

Y ahí, en el silencio de su casa, Caperucita comprendió la importancia de las decisiones y cómo a veces, el amor y las amistades arrastran consigo una carga que puede estar más allá de su control. Las cartas seguían sobre la mesa, pero en su corazón, quedó una lección profunda y dolorosa: a veces, las decisiones que tomamos pueden tener consecuencias trágicas, aunque estén motivadas por el amor.

Caperucita lloró por su amigo y por los tiempos que se habían ido, recordando siempre que la amistad verdadero siempre vale la pena, aunque el futuro sea incierto.

FIN.

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