Un lazo inquebrantable
Había una vez en un vecindario muy especial, un gato llamado Pelusa que era conocido por ser el más feliz de todos.
Pelusa pasaba sus días recorriendo los techos de las casas y saludando a todos los vecinos con su característica sonrisa en el rostro. Pero lo que hacía a Pelusa aún más especial era su amistad con Perri, un perro callejero que vivía en el parque del barrio.
Un día, mientras Pelusa paseaba por los tejados, escuchó unos llantos provenientes del parque. Intrigado, se deslizó ágilmente hasta llegar al lugar y encontró a Perri rodeado de unos chicos malcriados que le estaban tirando piedras. "¡Hey! ¿Qué están haciendo ustedes?", maulló Pelusa con firmeza.
Los chicos se sorprendieron al ver al valiente gato enfrentándolos y rápidamente soltaron a Perri. "¡Déjenlo en paz!", agregó Pelusa. "Él es mi amigo". Los chicos avergonzados se disculparon y se fueron corriendo.
Perri miró agradecido a su amigo felino y ambos supieron en ese momento que su amistad era realmente especial. Desde ese día, Pelusa y Perri se volvieron inseparables. Pasaban las tardes correteando por el parque, persiguiéndose uno al otro y disfrutando de la compañía mutua.
Los vecinos del barrio admiraban la amistad entre un gato y un perro tan inusual pero hermosa. Pero un día todo cambió cuando una fuerte tormenta azotó la ciudad.
La lluvia caía sin cesar y el viento soplaba con fuerza, causando estragos en el vecindario. Pelusa buscó refugio bajo un viejo cobertizo mientras que Perri no aparecía por ningún lado. "¡Perri! ¡Perri!" -maullaba angustiado Pelusa mientras buscaba desesperadamente a su amigo canino.
Finalmente, lo encontró acurrucado bajo un árbol temblando de frío y miedo. Sin dudarlo, Pelusa se acercó a él y lo abrazó con cariño para brindarle calor y consuelo. "No tengas miedo, Perri. Estoy aquí contigo", dijo Pelusa con ternura.
Perri miró agradecido a su fiel amigo felino y juntos esperaron pacientemente a que la tormenta pasara. Cuando finalmente amainó, salieron juntos hacia el parque donde fueron recibidos con alegría por todos los vecinos que los habían estado buscando preocupados.
Desde ese día, la amistad entre Pelusa y Perri se fortaleció aún más si cabe. Se convirtieron en símbolo de amor incondicional y compañerismo para todos en el vecindario.
Y aunque eran diferentes en muchos aspectos, demostraron que la verdadera amistad no entiende de razas ni especies; simplemente une corazones dispuestos a quererse sin condiciones.
FIN.