Un mágico encuentro en Navidad
Era una mañana fresca de diciembre y el campo estaba vestido de colores. Dos amigos, Ana y Lucas, se encontraron en el claro del bosque que solían visitar desde pequeños. Ana, con su cabello rizado y eterno espíritu aventurero, miraba a su alrededor mientras se acomodaba la bufanda. Lucas, con sus ojos curiosos y una sonrisa brillante, estaba ansioso por hablar sobre algo muy especial.
"¿Te acordás de la Navidad pasada?", preguntó Ana mientras recogía una hoja dorada del suelo.
"¡Cómo olvidarla!", respondió Lucas, haciendo saltar pequeñas piedras con sus pies.
Esa Navidad había sido mágica. Una semana antes, Ana y Lucas decidieron hacer algo diferente: querían sorprender a los animales del bosque con un regalo. Se les ocurrió que, en vez de recibir, sería hermoso darles algo a sus amigos animals y emplumados.
"Podríamos hacerles una fiesta", sugirió Ana, sus ojos brillando de emoción.
"Sí, y podríamos prepararles comida y decoraciones", agregó Lucas, ya imaginándose a todos los animales bailando.
Y así, cada día después de la escuela, ellos recolectaron frutos frescos, hicieron guirnaldas con flores y encontraron una pequeña campana para que sonara cuando llegaran los animales.
Finalmente, llegó el día de la fiesta. Con el sol brillando y el aire fresco, Ana y Lucas colocaron todo en el claro: la comida, las decoraciones y, por supuesto, la campana. Esperaron un poco y pronto empezaron a llegar los animales: conejos, ardillas, pájaros y hasta un ciervo curioso.
"¡Mirá, Lucas!", gritó Ana, apuntando hacia el ciervo que se acercaba lentamente.
"¡Es increíble!", exclamó Lucas.
Los animales se acercaron con cautela, pero pronto se dieron cuenta de que estaban invitados a una fiesta. Ana y Lucas comenzaron a bailar y cantar, y los animales los miraban con alegría. La fiesta fue un éxito y todos disfrutaron de la comida, el juego y la música improvisada que hacían con ramas y piedras.
Sin embargo, cuando la tarde comenzó a desvanecerse, Ana se percató de algo.
"Lucas, estamos tan ocupados que olvidamos llevar un regalo especial para una amiga que siempre nos cuida", dijo mientras su expresión se tornaba seria.
"¿A quién te referís?", preguntó Lucas, confundido.
"A la viejita del campo, que siempre nos da galletas cuando pasamos", aclaró Ana.
Inmediatamente, ambos decidieron ir a visitar a su amiga. Con las manos llenas de dulces que habían reservado para la fiesta, caminaron hasta la casa de la señora Rosa. Ella los recibió con su típica sonrisa.
"¡Mis pequeños! ¡No tenía idea de que vendrían!", dijo, asombrada.
Ana y Lucas, emocionados, le entregaron los dulces y le contaron sobre su fiesta. La señora Rosa sonrió, sus ojos brillaban de felicidad.
"Gracias, chicos. Este es el mejor regalo de Navidad que me podían dar", dijo, abriendo los brazos para abrazarlos.
Esa fue la Navidad más especial que ambos habían vivido. No solo habían alegrado a los animales, sino que también habían compartido un momento hermoso con alguien que los quería mucho.
Al volver al bosque, Lucas miró a Ana y le dijo:
"A veces, dar es mejor que recibir, ¿no?"
Ana sonrió y respondió:
"Sí, hoy aprendimos que la verdadera magia de la Navidad está en compartir y hacer felices a los demás. "
Esa tarde, mientras el sol se ponía, los dos amigos comprendieron que el verdadero espíritu navideño no estaba en los regalos, sino en el amor y la alegría que compartían.
**Moraleja:** A veces, lo más valioso que podemos dar a los demás es nuestra compañía y nuestro amor, porque compartir esos momentos especiales es el mejor regalo que podemos ofrecer.
FIN.