Un mundo sin barreras


Había una vez en un pequeño pueblo, una niña llamada Sofía que había nacido ciega. A pesar de su discapacidad, Sofía era una niña alegre y curiosa que disfrutaba explorando el mundo a través del tacto y el oído.

Vivía con sus padres en una casa cerca del bosque, donde pasaba horas tocando las flores y escuchando el canto de los pájaros. Un día, mientras caminaba por el bosque, Sofía escuchó un sonido peculiar.

Era como si alguien estuviera golpeando un tambor muy lejos. Se acercó sigilosamente hacia el sonido y descubrió a Mateo, un niño sordo que estaba tocando un tambor con mucha pasión.

Mateo no podía escuchar la música que creaba, pero lo hacía con tanto entusiasmo que transmitía alegría a todos los que lo veían. Sofía se acercó a Mateo y extendió su mano para tocar el tambor.

Al principio, Mateo se sorprendió al sentir la mano de Sofía sobre el parche del tambor, pero luego sonrió al darse cuenta de que ella también experimentaba la música de una manera diferente. Desde ese día, Sofía y Mateo se convirtieron en amigos inseparables.

"¡Hola Sofía!" -saludó Mateo con señas cuando la encontraba en el bosque. "¡Hola Mateo!" -respondió Sofía con entusiasmo mientras le mostraba algo interesante que había encontrado.

Juntos exploraban el bosque, aprendiendo uno del otro cómo percibir el mundo sin depender únicamente de la vista u oído. Sofía le enseñaba a Mateo a reconocer las diferentes texturas de las plantas y árboles, mientras él le mostraba cómo comunicarse a través de gestos y movimientos corporales.

Un día, durante uno de sus paseos por el bosque, se toparon con un lago cristalino. Sin dudarlo, Mateo tomó las manos de Sofía y la llevó hasta la orilla para que pudiera sentir la frescura del agua en sus dedos.

"¡Mira qué hermosa es esta vista!" -exclamó emocionado Mateo haciendo señas. "No puedo verla como tú, pero puedo sentirla en mi corazón" -respondió Sofía con una sonrisa radiante.

El tiempo pasó y la amistad entre Sofía y Mateo se transformó en algo más profundo: se habían enamorado sin necesidad de palabras ni imágenes visuales. Sus corazones latían al mismo ritmo cuando estaban juntos, creando una conexión única e inquebrantable.

Un día decidieron construir juntos una casa cerca del lago donde habían compartido tantos momentos especiales. Con paciencia y dedicación lograron edificar su hogar utilizando sus habilidades únicas: ella guiándose por su intuición táctil y auditiva; él comunicándose con ella a través del lenguaje corporal lleno de amor.

Y así vivieron felices para siempre, demostrando al mundo que el amor verdadero va mucho más allá de las limitaciones físicas; trasciende barreras invisibles para aquellos corazones dispuestos a sentirlo plenamente.

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