Un Paseo Inesperado



Era un hermoso día soleado en el que la familia de Andrea y Jorge planeaba una visita a sus abuelos. Andrea, una mamá muy entusiasta y creativa, siempre estaba pensando en nuevas recetas para preparar. Esa mañana, decidió hacer unos deliciosos pastelitos de fruta para llevar.

"¡Mamá, qué rico huele!" dijo Tomás, el mayor de sus hijos, mientras se acercaba a la cocina.

"Gracias, Tomás! Son pastelitos de durazno, ¿quieres ayudarme a hacer la masa?"

"¡Sí!" exclamó emocionado.

Mientras tanto, Sofía, su hija pequeña, miraba desde la mesa con entusiasmo.

"Yo también quiero ayudar!" dijo Sofía, saltando de alegría.

"Claro, vení!" respondió Andrea. "Podés espolvorear un poco de azúcar por encima antes de hornearlos."

Después de preparar los pastelitos, la familia se subió al auto y emprendió el camino hacia la casa de los abuelos. En el trayecto, Jorge, el papá, puso su música favorita y todos comenzaron a cantar juntos.

"¿Y si hacemos un juego?" propuso Jorge. "Quién encuentre el primer auto rojo, gana un pastelito!"

Los niños se emocionaron.

"¡Yo lo veo primero!" gritó Sofía.

"No! Yo lo vi primero!" se quejó Tomás.

Rieron mientras buscaban por la ventana y se olvidaron del pequeño problema. Estaban más que felices de estar juntos.

Al llegar a la casa de los abuelos, fueron recibidos con abrazos y sonrisas. La abuela Ana, una excelente cocinera, estaba preparando su famosa torta de chocolate.

"Abuela, mirá lo que traemos!" dijo Andrea mientras mostraba los pastelitos.

"¡Qué delicia! Vamos a hacer una merienda espectacular!" dijo Ana, muy emocionada.

Luego de disfrutar de un festín de torta y pastelitos, los abuelos llevaron a los niños al jardín. Allí, había un viejo árbol frutal que siempre les había fascinado a los chicos.

"¿Podemos trepar al árbol?" preguntó Tomás.

"Yo quiero ver las flores!" exclamó Sofía.

Jorge observó y dijo:

"Recuerden, mis pequeños, siempre es importante estar seguros. Trepen en los lugares donde puedan apoyarse bien."

Los niños asintieron y comenzaron a trepar con cuidado. Sin embargo, de repente, Tomás encontró un pequeño nido con un par de pajaritos. Los observó con asombro.

"¡Mira, Sofía! Pajaritos!" dijo emocionado.

"Son tan lindos!" respondió ella.

Andrea, quien les había seguido, vio la situación y recordó una lección importante.

"Chicos, es muy bonito ver a los pajaritos, pero debemos dejar que estén tranquilos. No debemos tocarlos para no asustarlos."

Justo en ese momento, la abuela Ana llegó con un parque de juegos que había preparado para la merienda. Cuando los chicos bajaron, les dijo:

"¿Qué tal si hacemos algo divertido y creativo? Podemos construir un refugio para los pájaros!"

La idea emocionó a todos. Juntos, recolectaron materiales del jardín y comenzaron a inventar un refugio. Mientras trabajaban, Andrea les habló sobre la importancia de cuidar de la naturaleza.

"Las aves son importantes para el equilibrio del ecosistema. Si construimos un refugio, podremos ayudarlas a vivir felices y sanas."

Los niños estaban fascinados y pusieron todo su empeño en el proyecto. Después de unas horas, lograron terminar el refugio. Con orgullo, Ana observó y dijo:

"¡Qué hermoso trabajo! Los pajaritos van a estar muy felices."

Al final del día, con el refugio en su lugar y una rica merienda en la mesa, la familia se sintió satisfecha.

"Esta ha sido la mejor visita a los abuelos!" exclamó Sofía.

"Sí! ¡Y también aprendimos mucho!" agregó Tomás.

Con una sonrisa, Andrea miró a su familia feliz y pensó que lo importante no eran solo los paseos, sino los momentos compartidos y las enseñanzas que se llevaban en el corazón.

FIN.

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