Un Paseo Mágico por Quirihue
Un día soleado en Quirihue, una niña llamada Lucía decidió salir a explorar su querido pueblo. Lucía era muy curiosa y siempre estaba en busca de aventuras. Eran las diez de la mañana cuando salió de su casa. La brisa fresca acariciaba su rostro y el canto de los pájaros la animaba a dar el primer paso.
Mientras caminaba por las calles, se encontró con su amigo Mateo, que estaba montando su bicicleta con una gran sonrisa.
"¡Hola, Lucía! ¿Adónde vas?" - preguntó Mateo, frenando frente a ella.
"Hola, Mateo. Voy a descubrir cosas nuevas en el pueblo. ¿Te gustaría acompañarme?" - respondió Lucía, entusiasmada.
Mateo asintió y así se fueron juntos. Se dirigieron primero a la plaza central, donde había un hermoso árbol de ceibo que siempre florecía en esta época del año. Se sentaron en un banco bajo su sombra, disfrutando de unas galletitas que había traído Lucía.
Mientras comían, Lucía miró hacia el cielo y dijo:
"¡Mira cuántos pájaros vuelan! ¿Crees que ellos saben que somos amigos?"
Mateo se rió y contestó:
"Tal vez. ¡Deberíamos volar como ellos alguna vez!"
Como si el universo les hiciera caso, se acercó a ellos un anciano de barba blanca que los escuchó. Tenía una mirada bondadosa y una gorra típica de los pueblos.
"¿Volar como los pájaros?" - dijo el anciano, sonriendo "Hay una manera de hacerlo sin salir del suelo. ¿Quieren saber cómo?"
Los niños no podían creer lo que oían.
"¡Sí, por favor!" - exclamaron al unísono.
El anciano les explicó que había una leyenda mágica en el pueblo. Cada vez que las personas compartían una buena acción, se formaba un hilo invisible que los unía, como si fueran parte de un gran equipo, y que eso los hacía volar en el espíritu.
"Pero, ¿dónde tenemos que ir?" - preguntó Lucía, intrigada.
"Sigan al río hasta llegar a la colina del árbol llorón. Allí deberían encontrar a don Alberto, él sabe más sobre esto", dijo el anciano mientras se alejaba con una sonrisa.
Lucía y Mateo decidieron emprender la búsqueda. Se despidieron de la plaza y comenzaron a caminar al ritmo del murmullo del río. En el camino, ayudaron a un vecino a cargar bolsas de verduras y saludaron a una señora que vendía flores.
Cada vez que hacían algo bueno, el aire a su alrededor parecía volverse más ligero y fresco.
Finalmente, llegaron a la colina y vieron a un hombre mayor con un sombrero de paja, sentado cerca del árbol llorón.
"¡Hola, don Alberto!" - saludó Lucía "Buscamos aprender a volar como los pájaros. Nos dijo un anciano que veníamos a buscarlo."
Don Alberto sonrió y respondió:
"Ah, claro. Volar es fácil si saben bien cómo mirar. Pero primero, cuéntenme, ¿qué buenas acciones hicieron en el camino?"
Lucía y Mateo, emocionados, comenzaron a contarle todo lo que hicieron: ayudar al vecino, saludar a la señora de las flores y recoger basura del parque.
Don Alberto les miró con ojos brillantes y les dijo:
"¡Eso es! Cada buena acción es un paso hacia el vuelo. Ahora, busquen una piedra en esta colina y mientras se la entregan a alguien que lo necesite, piensen en lo que aprendieron hoy. Así, el hilo mágicamente se atraerá sin que lo vean."
Los niños se pusieron a buscar piedras y pronto encontraron dos hermosas piedras brillantes, las cuales decidieron llevar a la escuela para regalárselas a sus compañeros.
"¡Esto será genial!" - dijo Mateo.
Con las piedras en mano, regresaron a su pueblo con una gran sonrisa. Cuando llegaron a la escuela, cada uno les dio una piedra a un compañero menos afortunado que ellos.
"¡Mirá, tu piedra se parece a un corazón!" - exclamó uno de los bebés mas chicos.
"Y la tuya tiene colores de arcoíris, ¡brillará más que el sol!" - agregó Mateo.
Cuando finalizó el día, Lucía y Mateo regresaron a la plaza, sintiéndose muy contentos. Justo al caer la tarde, miraron hacia el cielo y notaron cómo los pájaros habían formado una danza en el aire.
"A veces no hace falta volar de verdad para sentir que estamos en las nubes, ¿no?" - dijo Mateo, con el rostro iluminándose de felicidad.
"Así es, las pequeñas acciones pueden llevarnos lejos. Hicimos un gran equipo hoy," - respondió Lucía.
Y, como si el pueblo todo lo supiera, las rías del río susurraron suavemente mientras atardecía, y los dos amigos comprendieron que sus pequeñas buenas acciones podían cambiar el mundo, un día a la vez.
Y así, Quirihue se llenó de risas, colores y corazones brillantes, mientras Lucía y Mateo seguían explorando, enseñando a los demás que cada paso, por pequeño que sea, puede ser un gran vuelo hacia la bondad.
FIN.