Un Perro Inquebrantable
En un pequeño barrio de Buenos Aires, vivía un perro llamado Hachiko. Era un lindo Akita de pelaje suave y dorado, y su dueño, el Sr. Gómez, lo adoraba por encima de todo. Cada mañana, Hachiko y el Sr. Gómez se despertaban juntos, compartían un delicioso desayuno y luego se dirigían al parque.
—¡Vamos, Hachiko! —decía el Sr. Gómez mientras le lanzaba una pelota—. ¡Hoy haremos una carrera!
Hachiko respondía moviendo su cola y ladrando de felicidad. Era un perro leal y juguetón. Sin embargo, había algo especial en Hachiko: no solo amaba a su dueño, sino que además tenía un instinto muy fuerte de protección.
Un día, el Sr. Gómez se preparó para ir a trabajar, como lo hacía cada mañana. Hachiko, emocionado, lo siguió hasta la puerta.
—¡Pase lo que pase, no te dejaré solo, viejo amigo! —ladró Hachiko, como si pudiera hablar.
El Sr. Gómez rió y le acarició la cabeza.
—Sabes que voy a volver, Hachiko. Esperame aquí —le dijo, mientras seaba por la puerta.
Esa mañana, Hachiko se quedó en el umbral de casa, mirando atentamente hacia la calle. Mientras el Sr. Gómez iba a trabajar, algo inesperado ocurrió. Un rayo de sol iluminó una pequeña caja abandonada en la acera. Hachiko, curioso, decidió acercarse.
—¿Qué será esto? —se preguntaba mientras olfateaba la caja.
De repente, la caja se abrió y apareció un pequeño gatito temblando de miedo. Sin dudarlo, Hachiko se acercó lentamente.
—No tengas miedo, pequeño. Estoy aquí para ayudarte —le dijo el perro mientras se agachaba para que el gatito se sintiera seguro.
—¿De verdad me ayudarás? —preguntó el gatito, con su voz delicada y temerosa.
—¡Claro! Solo tienes que seguirme. Te llevaré a un lugar seguro —respondió Hachiko.
Hachiko decidió llevarse al gatito al parque donde jugaba con su dueño. Y así, mientras buscaba un lugar seguro, Hachiko se dio cuenta de que el tiempo pasaba y su dueño no volvía.
—No puedo dejar a este pequeño solo —pensó, mientras asentía con determinación—. ¡Voy a encontrar al Sr. Gómez!
Sin pensarlo dos veces, Hachiko y el gatito comenzaron la aventura. Cruzaron la calle, recorrieron varios barrios, preguntaron a todos los animales que conocían, pero el Sr. Gómez no aparecía. Hachiko no se dio por vencido.
—No puedo fallarle. Debe estar en problemas y yo lo necesito a él tanto como él a mí —declaró Hachiko.
Con cada ladrido un poco más desesperado, Hachiko continuaba buscando. Finalmente, se acercaron a un parque muy grande donde había muchos humanos y otros perros.
—¡Ahí está! —gritó Hachiko mientras recordaba el lugar donde cada día jugaba con el Sr. Gómez. Corrió tan rápido como pudo, pero su corazón se detuvo al ver que no había rastro del hombre que tanto quería.
A su lado, el gatito, que había empezado a sentirse más seguro, trató de alentar a Hachiko.
—No te rindas. Tal vez simplemente se tardó un poco más hoy. Debemos seguir buscando —le dijo.
Hachiko asintió, aunque la tristeza le invadía el pecho. Estaba a punto de darse por vencido cuando escuchó una risa familiar.
—¡Hachiko! —gritó el Sr. Gómez, quien estaba sentado en un banco, rodeado de algunos niños que jugaban con él. Al oír el nombre de su perro, Hachiko corrió hacia él, dejando atrás al gatito.
—¡Estaba tan preocupado! —dijo Hachiko mientras se lanzaba a los brazos de su dueño.
—Yo también, amigo mío. Pensé que te había perdido —respondió el Sr. Gómez, acariciando a Hachiko con amor y ternura.
El gatito, viendo cómo Hachiko y el Sr. Gómez se reencontraban, se sintió feliz por ellos. Hachiko se volvió a mirar al gatito.
—¡Eh, pequeño! Este es mi mejor amigo, el Sr. Gómez —dijo Hachiko, presentando al gatito—. ¿Te gustaría quedarte con nosotros?
—¡Sí! ¡Me encantaría! —respondió el gatito emocionado.
El Sr. Gómez, al ver la amistad entre Hachiko y el gatito, decidió llevarlo con ellos a casa. Desde ese día, el trio se convirtió en el mejor equipo del barrio. Hachiko no solo había demostrado que la lealtad hacia su dueño era inquebrantable, sino que, al ayudar a un amigo necesitado, también había ganado un compañero más.
Y así, cada día, los tres disfrutaban de nuevas aventuras, donde Hachiko siempre aseguraba que nadie se quedara atrás.
—¡Juntos, siempre juntos! —exclamaban al unísono Hachiko, el Sr. Gómez y el pequeño gatito, mientras jugaban en el parque.
Y colorín colorado, este cuento se ha acabado.
FIN.