Un perro, un amigo y un deseo



Había una vez, en un pequeño pueblo argentino, un niño llamado Tomás. Tomás era un niño lleno de imaginación y sueños. Su mayor deseo en la vida era tener un perro. Siempre pasaba frente a la tienda de mascotas, imaginando cómo sería tener a su lado a un fiel compañero.

Un día, mientras paseaba por el parque, Tomás vio a un perro muy especial. Era un pequeño perro callejero con pelaje marrón y una cola que no paraba de moverse. El perro parecía tener una sonrisa en el rostro.

- ¡Hola, perrito! - dijo Tomás.

- ¡Guau! - respondió el perro, moviendo su cola entusiasmado.

- ¿Te gustaría venir a jugar conmigo? - continuó Tomás.

- ¡Guau, guau! - ladró el perro, como si entendiera perfectamente.

Tomás no pudo resistir la tentación y decidió seguir al perro. Corrieron por el parque, jugando al escondite entre los árboles y disfrutando del sol.

- Eres muy divertido - le dijo Tomás al perro.

- ¡Guau! - respondió el perro, dando saltitos.

Después de un rato de jugar, Tomás se dio cuenta de que el sol comenzaba a ponerse.

- Tengo que irme a casa - le dijo al perro, un poco triste. - Pero volveré mañana, prometido.

- ¡Guau! - ladró el perro, como si también quisiera que volvieran a jugar.

Al día siguiente, Tomás llegó al parque con una pequeña bolsa de comida para perros, decidido a hacer sentir bien a su nuevo amigo. Sin embargo, al llegar, no encontró al perro. Buscó por cada rincón del parque, llamando su nombre.

- ¡Perrito, perrito! - gritaba con esperanza.

Pero el perro no estaba. Tomás se sentía un poco desilusionado. Sin embargo, algo dentro de él le decía que debía buscarlo. Así que decidió caminar por el vecindario, preguntando a las personas si alguien lo había visto.

- Disculpe, señora, ¿ha visto a un perro pequeño, marrón y juguetón?

- No, querido, pero sigue buscando. ¡Estoy segura de que lo encontrarás!

Esa tarde, Tomás comenzó a hacer carteles para pegar en el barrio con la foto del perro y su número de teléfono.

- Tal vez alguien lo haya encontrado - pensó esperanzado.

Poco tiempo después, recibió una llamada.

- ¡Hola! ¿Es Tomás? - dijo una voz amable al otro lado del teléfono.

- ¡Sí, soy yo! - ansioso, respondió.

- Hemos encontrado a un perro pequeño, ¿podrías venir a buscarlo?

- ¡Sí! ¡Voy enseguida!

Tomás corrió hacia la dirección que le habían dado, su corazón latía rápido de emoción. Al llegar, allí estaba, su pequeño amigo, esperándolo.

- ¡Te encontré! - gritó Tomás mientras corría hacia el perro.

- ¡Guau! - ladró el perrito, moviendo su cola con felicidad.

Tomás y el perro se abrazaron, llenos de alegría. Pero cuando el niño miró alrededor, vio que el lugar estaba muy desordenado.

- ¿Esto es un refugio de animales? - preguntó.

- Así es - respondió una señora. - Aquí rescatamos animales que necesitan una familia.

Tomás miró al perro a los ojos y sintió que había un montón de amigos que también necesitaban amor.

- ¿Puedo ayudar? - preguntó decidido.

- ¡Por supuesto! - dijo la señora, sorprendida.

Así fue como Tomás se convirtió en un pequeño voluntario del refugio. Junto al perro que había encontrado, ayudaron a cuidar a otros animales, a darles de comer y a jugar con ellos. Tomás entendió que, aunque su deseo de tener un perro se había cumplido, había algo aún más grande: el deseo de ayudar a otros, de ser un buen amigo y, sobre todo, de crear una comunidad de amor y compañerismo.

Con el tiempo, Tomás y su nuevo amigo fueron a cada rincón del barrio, compartiendo su historia y ayudando a otros niños a entender que cada animal merece un hogar. Nunca se sintió solo, porque su perro siempre estaba a su lado, y juntos hicieron del mundo un lugar más amoroso, dispuesto a ayudar a aquellos que más lo necesitaban.

Y así, en un pequeño pueblo argentino, un niño y su perro hicieron de la amistad y la bondad su mayor aventura.

FIN.

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