Un Perro, Un Destino
En un pequeño barrio de Buenos Aires, vivía un perro llamado Pipo. Era un golden retriever juguetón, lleno de energía y siempre con la lengua afuera. Sin embargo, un día, mientras corría persiguiendo una pelota, se alejaba más de lo habitual y, de pronto, se dio cuenta de que estaba perdido.
- ¡No! –pensó Pipo, mirando a su alrededor con ansiedad–. No sé cómo volver a casa.
Al principio, Pipo se sintió muy asustado. No conocía a nadie y todo le parecía extraño. Decidió aventurarse un poco, pensando que tal vez podría encontrar alguna pista o a otro perro que lo ayudara. Caminó por calles desconocidas, sintiendo cómo su corazón latía rápidamente.
Después de un buen rato, encontró un parque. Allí había muchos perros jugando y niños corriendo.
- ¡Hola! –exclamó un pequeño perrito callejero llamado Lucho, al verlo llegar–. ¿Estás bien? ¿Por qué estás aquí solo?
- Estoy perdido –respondió Pipo, con un tono de tristeza en su voz–. No sé cómo volver a casa.
- ¡No te preocupes! –dijo Lucho con entusiasmo–. Te ayudaré. Pero primero necesitamos un plan.
Se sentaron en la sombra de un gran árbol y Lucho le sugirió que fueran a buscar ayuda. Así que juntos decidieron ir a la casa de una amable señora que vivía cerca y que siempre daba de comer a los perros del barrio.
Cuando llegaron a la casa de la señora Rosa, ella los recibió con los brazos abiertos.
- ¡Oh, qué preciosos son! –dijo la señora Rosa al ver a Pipo y Lucho–. ¿Están perdidos?
- Sí –dijo Pipo, moviendo la cola–. Yo busco a mi familia. No sé cómo volver a casa.
- No te preocupes, querido –respondió la señora Rosa, acariciando a Pipo–. Todos los perros merecen un hogar. Vamos a hacer algo.
La señora Rosa tomó su teléfono y comenzó a buscar el número de la veterinaria local para ver si alguien había reportado a un perro perdido. Mientras tanto, les dio a los dos un delicioso bocado de galletitas para perros. Pipo nunca había probado algo tan rico.
Poco rato después, la veterinaria le dijo a la señora Rosa que había un cartel pegado en la entrada de su local. ¡Era de su familia!
- ¡Espera aquí! –le dijo la señora Rosa a Pipo mientras corría a buscar el cartel. Pipo no podía contener la emoción. Su corazón palpitaba con fuerza, y la esperanza comenzó a brillar en sus ojos.
Cuando la señora Rosa regresó, tenía una sonrisa en su rostro y en su mano, un papel que decía:
- Estimados vecinos, hemos perdido a nuestro querido Pipo. Si lo ven, por favor llámenos al 555-1234. ¡Lo extrañamos mucho!
- ¡Es mi familia! –gritó Pipo, moviendo la cola frenéticamente–. ¡Tengo que volver!
El corazón de Lucho se llenó de alegría por su nuevo amigo, pero al mismo tiempo, sentía un poco de tristeza. No quería perder a Pipo, había hecho un amigo tan especial.
- ¿Puedo ir contigo? –preguntó Lucho, con la voz temblorosa–. No tengo un hogar, y me gustaría saber cómo es vivir con una familia.
Pipo se detuvo, pensando en su nuevo amigo. Sabía que debía regresar a casa, pero al mismo tiempo, no quería dejar a Lucho solo en el parque.
- Si quieres, ven conmigo y le pido a mi familia que te adopte. Todos merecen un hogar –dijo Pipo, con determinación.
Así que juntos, los dos amigos se dirigieron a la casa de Pipo. Cuando llegaron, la familia de Pipo salió corriendo, emocionada de verlo de vuelta.
- ¡Pipo! –gritaron todos abrazándolo–. Te hemos estado buscando por todas partes. ¡Te hemos extrañado tanto!
Pipo lamió las caras de sus dueños, feliz y aliviado. Luego, se volvió hacia Lucho.
- Esta es mi familia. ¿Tú también quieres unirte a nosotros? –preguntó Pipo.
La familia de Pipo miró a Lucho, y la señora Rosa, que los había seguido, les explicó la situación del perrito callejero que no tenía un hogar. La familia de Pipo se miró entre sí, sonriendo, y después la madre de Pipo dijo:
- Claro que sí, ¡bienvenido a la familia, Lucho!
Los ojos de Lucho se llenaron de lágrimas de felicidad. Por fin tenía un hogar y amigos.
Desde ese día, Pipo y Lucho se convirtieron en los mejores amigos. Juntos jugaban en el patio, se escapaban al parque y compartían las galletitas que la señora Rosa preparaba para ellos. No solo habían encontrado el hogar que buscaban, sino que habían creado una familia llena de amor y amistad.
Y así, Pipo aprendió que a veces, perderse puede llevarte a encontrar lo que realmente necesitas: una familia elige quererte tal cual sos.
FIN.