Un Picnic Inesperado



Era un hermoso sábado de sol, y mi familia estaba emocionada de ir de paseo. Mi papá, mi mamá, mi hermano Lucas y yo habíamos decidido hacer un picnic en el parque de nuestra ciudad. Llenamos una mochila con sándwiches, frutas, galletitas y, por supuesto, una buena cantidad de agua.

"¡No se olviden de la manta!", recordó mi mamá mientras Lucas hacía travesuras en la cocina, tratando de atrapar una galletita que había caído al suelo.

"¡Yo la traigo!", dije mientras corría al cuarto y la hacía volar por el pasillo.

Una vez que estuvimos listos, subimos al auto, y mi papá encendió la música. Cantar con mi familia en el auto era una de mis cosas favoritas. En el camino, fuimos riéndonos y jugando adivinanzas.

"¿Qué animal tiene una trompa y es gris?", preguntó Lucas.

"¡El elefante!", respondí.

"¡Muy bien! Ahora es tu turno, Iñaki!", dijo mi papá.

Finalmente, llegamos al parque y lo primero que hicimos fue buscar un lugar perfecto para sentarnos. El sol brillaba y había un aire fresco que hacía mover las hojas de los árboles.

"Ese lugar, al lado del lago, está perfecto", sugirió mi mamá.

Desplegamos la manta en el césped y comenzamos a sacar la comida. Estábamos felices, disfrutando del aire libre y de cada bocado. Pero de repente, algo sorprendió a todos:

Un pato apareció en la orilla del lago, mirando expectante hacia nosotros.

"¡Miren! ¡Un pato!", grité emocionado.

"Parece que quiere comida", dijo Lucas, mientras se inclinaba hacia la orilla.

Mi mamá les había avisado que no hay que alimentar a los animales salvajes. Pero yo no quería que el pato se sintiera excluido. Busqué una galletita.

"¿Puedo darle un pedacito?", pregunté con curiosidad.

"Es mejor no hacerlo, Iñaki. El pato puede enfermarse si come comida que no es natural para él", dijo mi mamá, demostrando su conocimiento.

No obstante, el pato seguía mirando esperanzado. Entonces, se me ocurrió una idea.

"Si no podemos darle galletitas, ¿qué tal si le damos un poco de pan de sandwich que sobró? Es más natural", sugerí.

"Eso podría estar bien", aceptó mi papá.

Así que rompí un trozo de pan y lo lancé suavemente hacia el agua. El pato se acercó nadando y, cuando llegó, comió rápidamente la miga.

"¡Él sí sabe cómo disfrutar!", reímos todos al ver al pato feliz.

"Hiciste bien, Iñaki. A veces tenemos que buscar soluciones que no hieran a los demás", me dijo mi mamá con una sonrisa orgullosa.

Después de un rato, decidimos jugar una partida de fútbol. Lucas era increíble driblando, y yo solo podía seguirlo corriendo detrás de la pelota. De repente, algo extraño ocurrió. La pelota se fue rodando y terminó metiéndose en unos arbustos.

"Ahora, ¿quién se anima a ir a buscarla?", dijo mi papá.

"¡Yo!", grité, pero mi hermano también se ofreció.

Ambos corrimos hacia los arbustos. Mientras buscábamos, encontramos un nido pequeño con tres huevos. Nos quedamos mudos por la sorpresa.

"¡Miren! ¡Huevitos de pájaro!", dijo Lucas emocionado.

"Debemos tener cuidado, no queremos asustar a los padres ni romper nada", dijo con seriedad mi mamá.

Nos aseguramos de alejarnos y regresar con la pelota, pero las aventuras no terminaron ahí. Al acercarnos de nuevo a la manta, mi papá nos contó sobre las aves y la importancia de cuidarlas.

"Siempre hay que respetar sus espacios, porque ellas tienen su hogar aquí", explicó mi papá.

Nos dimos cuenta de que cada pequeño acto puede tener un gran impacto en la naturaleza. A partir de ese día, decidimos ser más conscientes sobre cómo interactuamos con el entorno que nos rodea. Nos prometimos a cuidarlo como una familia.

El picnic continuó con risas, historias, y un misterioso pato que regresaba una y otra vez a nuestro lado. Nos divertimos muchísimo, aprendimos sobre el respeto hacia la naturaleza y, al final del día, creamos recuerdos inolvidables.

Al terminar, regresamos a casa cansados, pero felices. Todos acordamos que habíamos tenido un día maravilloso y lleno de aprendizajes.

"Espero que podamos repetirlo pronto", dijo Lucas mientras se acomodaba en su sillón con una sonrisa.

FIN.

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