Un refugio en la tormenta



Era un día soleado en la selva, y el loro, que se llamaba Lolo, volaba feliz entre los árboles. Con sus plumas brillantes rostro de alegría, disfrutaba del aire fresco y de la belleza del entorno. De repente, su mirada se posó en un mono que se columpiaba ágilmente de rama en rama.

"¡Hola, amigo mono! ¿Cómo te llamás?" -preguntó Lolo emocionado.

"¡Hola, loro! Yo soy Momo, ¿y vos?" -respondió el mono mientras hacía un giro en el aire.

Lolo tenía ganas de jugar, pero justo en ese momento, el cielo se oscureció y comenzó a llover.

🌧️ 🐒😟

El mono, que estaba jugando, se dio cuenta de que no tenía un lugar donde refugiarse y comenzó a preocuparse.

"¡Oh, no! ¡No tengo dónde esconderme!" -exclamó Momo, visiblemente asustado.

Lolo, que desde las alturas podía ver todo, tuvo una idea.

"¡No te preocupes, Momo! ¡Te llevaré a un lugar seguro!" -dijo el loro mientras volaba hacia una gran cueva que estaba justo al lado del río.

Momo, muy agradecido, dejó de columpiarse y bajó rápidamente.

"¿De verdad? ¡Eres un gran amigo!" -respondió el mono animado, mientras corría hacia donde Lolo lo guiaba.

Cuando llegaron a la cueva, Momo se sintió aliviado y un poco más tranquilo a pesar de la lluvia.

"¿Qué haremos ahora?" -preguntó Momo, mientras sacudía su pelaje empapado.

"Podemos jugar a contar historias mientras la lluvia pasa. Yo te contaré sobre mis aventuras volando por la selva. ¡Son muy divertidas!" -dijo Lolo con entusiasmo.

Momo asintió y se acomodó para escuchar. El loro comenzó a narrar historias de sus vuelos sobre las montañas, de cómo había ayudado a otros animales y de sus travesías a través de la selva. Momo se reía y se emocionaba con cada relato.

Sin embargo, la lluvia continuaba, y Momo empezó a sentirse un poco triste.

"Ojalá pudiera volar como vos, Lolo. Así podría escaparme de la lluvia" -dijo Momo con un tono melancólico.

Lolo lo miró con atención.

"No te preocupes, amigo. Todos tenemos habilidades diferentes. Aunque no puedas volar, ¡tú puedes trepar y moverte entre las ramas de una manera que yo jamás podría!" -anima el loro.

Momo lo pensó y se dio cuenta que tenía razón.

"Es verdad. A veces no valoramos lo que hacemos bien. ¡Gracias, Lolo! ¿Qué más podemos hacer mientras esperamos?" -preguntó entusiasmado.

"Podemos inventar un juego nuevo. Te propongo que contemos cuántos animales diferentes podemos ver desde aquí" -sugirió Lolo.

Así, los dos amigos comenzaron a observar y a contar a los animales que pasaban. Por cada uno que veían, lanzaban risitas y hacían sonidos imitando a los animales.

La lluvia finalmente comenzó a disminuir, hasta que se volvió solo un leve chispeo. Ambos salieron de la cueva felices, con nuevos recuerdos guardados y el sol comenzando a salir nuevamente.

"¡Mira, Momo! ¡El arcoíris está apareciendo!" -exclamó Lolo.

Momo miró hacia el cielo y su cara se iluminó.

"¡Es hermoso! Nunca había visto algo así desde aquí arriba" -dijo el mono mientras saltaba de alegría.

Desde ese día, Lolo y Momo se hicieron inseparables. Aprendieron a apreciar sus diferencias y a jugar juntos en la selva, disfrutando de cada aventura, sin importar si llovía o hacía sol. Y siempre recordaron cómo un día, una tormenta los unió y les enseñó sobre la amistad y la importancia de valorarse a uno mismo.

"¡Amigos siempre en las buenas y en las malas!" -dijo Momo sonriendo.

"¡Así es, hermano!" -respondió Lolo con una sonrisa radiante.

Y así, en el corazón de la selva, el loro y el mono siguieron compartiendo risas y aventuras, demostrando que cada uno tiene su propia manera de brillar.

FIN.

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