Un Sismo en el Centro Comercial



Era un sábado soleado y la pequeña Mía, de 7 años, estaba emocionada porque había planeado pasar el día con su hermano mayor, Lucas, de 15 años, en el centro comercial. Se paseaban por las tiendas, probando diferentes zapatos y compartiendo risas entre ellos.

"¡Mirá estos zapatos, Lucas!", exclamó Mía mientras se probaba un par brillante de zapatillas rosas.

"Te quedarían geniales, pero deberías elegir uno más cómodo para correr", respondió Lucas con una sonrisa.

Mientras caminaban, un ligero temblor empezó a sacudir el suelo. Al principio, Mía pensó que era un juego, pero Lucas, con la experiencia de un adolescente, ya había pasado por simulacros de sismos en la escuela.

"¡Mía, agachate y cubrite!", gritó Lucas mientras se arrodillaba y se cubría la cabeza con los brazos.

Mía hizo lo mismo, sintiendo un poco de miedo, pero confiando en su hermano. A su alrededor, la gente comenzó a buscar refugio. Después de unos instantes que parecieron eternos, el temblor cesó.

"¿Estás bien, Mía?", preguntó Lucas, levantándose y mirándola con preocupación.

"Sí, estoy un poco asustada...", admitió ella, temblando un poco.

"Tranquila, todos estamos bien. Hay que salir y ayudar a los demás si es necesario", dijo Lucas, tomando su mano.

Salieron del centro comercial, donde la mayoría de las personas se había reunido en la plaza del frente. Al ver a tanta gente junta, Mía se sintió un poco más segura. Pero enseguida, notó que algunas personas no sabían qué hacer.

"Lucas, hay un niño llorando allá", señaló Mía, apuntando con su pequeño dedo.

"Vamos a ayudarlo", propuso Lucas. Se acercaron al niño, que estaba sentado en el suelo, con lágrimas corriendo por sus mejillas.

"Hola, ¿qué te pasó?", le preguntó Lucas.

"Perdí a mi mamá en el caos...", sollozó el niño.

Sin pensarlo, Mía se agachó y le ofreció su mano.

"No te preocupes, buscaremos a tu mamá juntos. ¡Voy a ayudarte!", dijo Mía, mostrando su valentía a pesar de su pequeño tamaño.

Lucas se sintió orgulloso de su hermana y juntos buscaron a la madre del niño, preguntando a otros adultos si la habían visto. Después de unos minutos que parecieron horas, finalmente encontraron a la mamá, que estaba también buscándolo.

"¡Hijo!", gritó la mamá al ver a su niño.

El niño corrió hacia ella, abrazándola con fuerza.

"¡Gracias!", le dijo Lucas, mientras Mía sonreía feliz.

"Nos alegramos de que estés a salvo", agregó Mía, sintiendo que habían hecho algo importante.

Después de ayudar al niño, Lucas y Mía decidieron que era hora de regresar a casa. Al llegar, su papá los recibió con los brazos abiertos.

"¡Estaba tan preocupado!" le dijo su papá, abrazándolos a ambos.

"Papá, ¡hubo un sismo! Pero estuvimos bien y hasta ayudamos a un niño que estaba perdido!", exclamó Mía con entusiasmo.

El papá los miró con orgullo.

"Hicieron un gran trabajo, siempre es importante ayudar a los demás", dijo él.

Y así, Mía y Lucas aprendieron que, incluso en situaciones difíciles, la confianza y el valor pueden hacer una gran diferencia. Juntos, regresaron a la rutina diaria, siempre listos para enfrentar los desafíos, con la certeza de que se tenían el uno al otro.

Desde ese día, cada vez que Mía veía un lugar nuevo, sonreía, pensando en si ocurriría algo emocionante, y Lucas, siempre protegiéndola, supo que juntos podían superar lo que fuera, porque la familia es lo más valioso que uno puede tener.

FIN.

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