Un Sueño en Grande
En un pequeño pueblo llamado Arcoíris, vivía un niño llamado Tomás. Tomás era conocido por su curiosidad infinita y su amor por el arte. Desde muy chico, pintaba en las paredes de su casa y creaba maravillosos dibujos en su cuaderno. Un día, decidió que quería ser un gran artista y llevar su arte a todo el mundo.
"Voy a ser el mejor artista del universo," le dijo a su mejor amiga, Lía, mientras dibujaban juntos en el parque.
"¡Claro que sí, Tomás! ¡Solo tenés que seguir practicando!" respondió Lía, entusiasmada por los planes de su amigo.
Tomás empezó a practicar todos los días, pero a veces se sentía desanimado. Un día, conoció a una anciana llamada Doña Rosa, que estaba sentada en un banco del parque pintando flores.
"Hola, señora, ¿puedo ver lo que está pintando?" preguntó Tomás con ojos brillantes.
"Claro, querido. Esta es mi forma de mostrarle al mundo lo que siento. Cada trazo tiene una historia," dijo Doña Rosa con una sonrisa.
Tomás se sentó a su lado y la observó. Doña Rosa le enseñó algunas técnicas de pintura y poco a poco su confianza comenzó a crecer.
"Ves, Tomás, el arte es un viaje, no un destino. Tenés que disfrutarlo y aprender de cada error," le aconsejó.
Un día, se organizó un concurso de arte en el pueblo. Tomás estaba emocionado, pero al mismo tiempo nervioso. La competencia era fuerte, y su autoconfianza tambaleó.
"¿Y si no gano?" se preguntó Tomás mientras miraba los dibujos de los otros niños.
"No importa si ganás o no, lo importante es que muestres tu arte y te diviertas,'' le dijo Lía, tratando de animarlo.
Finalmente, Tomás decidió participar. Trabajó en su pintura durante horas, recordando las enseñanzas de Doña Rosa. El día del concurso llegó, y su corazón latía con fuerza mientras mostraba su obra: un colorido mural que representaba la alegría del pueblo.
Los jueces comenzaron a evaluar los trabajos. Tomás, nervioso, se centró en lo que había creado y no en lo que pensaban los demás. Cuando anunciaron al ganador, Tomás no lo podía creer: ¡había ganado el primer premio!"¡Felicidades, Tomás! ¡Tu mural es increíble!" gritó Lía, abrazándolo emocionada.
"No podría haberlo hecho sin vos y Doña Rosa," respondió Tomás con una sonrisa.
Después del concurso, su mural embelleció el parque y la gente venía a admirarlo. Inspirados por el trabajo de Tomás, otros niños comenzaron a pintar también. Con cada mural, se contaban historias del pueblo, y la comunidad se unió en un colorido proyecto artístico.
Tomás aprendió que su amor por el arte podía crear felicidad en los demás y que, aunque el camino no siempre fuera fácil, lo importante era seguir adelante y nunca rendirse. Doña Rosa se convirtió en su mentora, y juntos organizaron talleres de arte para que todos los niños del pueblo pudieran aprender a expresarse.
Con el tiempo, Tomás decidió llevar su arte a otros lugares. Formó un grupo de jóvenes artistas y juntos viajaron a diferentes pueblos, compartiendo su amor por el arte y enseñando a otros a expresar sus emociones.
Finalmente, Tomás entendió que el verdadero regalo del arte no era solo ser reconocido, sino poder tocar el corazón de otros y dejar que su creatividad floreciera. Así, el inocente niño que soñaba con ser el mejor artista del universo se convirtió en un faro de inspiración para su comunidad.
"Nunca imaginé que mi pintura podría hacer tan feliz a la gente," reflexionó un día Tomás mientras miraba un mural recién terminado.
Y así, Tomás y Lía, junto a Doña Rosa y todos los nuevos artistas, siguieron pintando y creando, dejando un legado de alegría y color en el mundo.
El fin.
FIN.