Un Último Verano
Era un día soleado en el barrio, y Lucas, un chico de 12 años, sabía que no le quedaba mucho tiempo. Había tenido un presentimiento extraño durante toda la semana, como si algo en su corazón le advertía que debía aprovechar cada momento. Lo que no sabía era que esta temporada de su vida estaba a punto de cambiar drásticamente.
La escuela había comenzado como un día normal, hasta que decidió pelearse con su amigo Gustavo por Eliana, la chica que ambos admiraban. Esa tarde, el clima no solo estaba caluroso, sino que la tensión también estaba en el aire.
"¡No puedo creer que te guste Eliana!" - grita Lucas, mirando a Gustavo con furia.
"Y a mí tampoco me gusta que me pegues por eso, Lucas!" - le responde Gustavo, tocándose la boca, que comenzaba a sangrar después de un golpe.
La pelea se había salido de control. Lucas se retiró con rabia y una sensación de triunfo, pensando que había defendido su honor. Pero al mismo tiempo, sentía un nudo en el estómago. Sabía que Gustavo tenía un hermano mayor, Gabriel, conocido en el barrio por sus actitudes peligrosas.
Esa misma tarde, mientras Lucas daba vueltas por el barrio, escuchó a algunos chicos hablar sobre Gabriel.
"Dicen que está buscando a alguien para vengarse. No quiero ser ese alguien..." - susurró uno de ellos.
"¡Sí! Escuché que tiene un arma que le sacó a su viejo... ¡es un desastre!" - añadió otro.
Lucas se sintió helado. No solo había herido a su amigo, sino que también había despertado la ira de un hermano mayor.
Esa noche, con la cabeza llena de pensamientos oscuros, decidió dar un paseo por el parque. Mientras caminaba, vio a un pequeño grupo de niños jugando a la pelota. Sus risas resonaban en el aire, y una idea creció en su mente.
¿Qué tal si en vez de pelear, él cambiaba su enfoque y hacía amigos?
Con valentía, se acercó a los chicos y les preguntó:
"¿Me dejan jugar?"
Los niños lo miraron sorprendidos, pero asintieron y le pasaron la pelota. Durante un rato, Lucas se sintió libre, olvidando su temor. Un niño, llamado Mateo, le sonrió y le dijo:
"¡Sos bueno en esto!"
"Gracias. Me gusta jugar, es divertido."
Después de un rato, sintió una mano en su hombro y se dio vuelta. Era Gabriel.
"Lucas..." - dijo Gabriel con una voz profunda y grave. El corazón de Lucas se paralizó.
"Yo... no quería herir a Gustavo. No sabía que se pondría así..." - tartamudeó Lucas, sintiendo que su tiempo en la tierra estaba contándose en cada palabra.
Gabriel, sorprendentemente, respiró hondo y le respondió:
"A veces, uno se deja llevar por la rabia. Pero eso solo trae más problemas, pibe. A veces es mejor dejar ir, ¿no crees?"
Lucas, un poco confundido, asintió lentamente.
"Sí... pero no sé cómo hacerlo. Estoy asustado."
"Todos lo estamos. Pero hay formas de enfrentar el miedo sin violencia. ¿Te gustaría dar un paso atrás y hacer las paces con mi hermano?"
Lucas pensó en sus opciones. Era cierto que había tenido un mal día y había perdido una buena amistad. Mientras miraba a los niños jugar y reír, recordó el momento feliz que había tenido con ellos.
"Sí, eso quiero. Pero, ¿cómo le explico a Gustavo?" - preguntó, casi temeroso.
"La verdad siempre funciona. Veamos qué podemos hacer, yo te apoyaré."
Así fue como, al día siguiente, Lucas se armó de valor. Con Gabriel a su lado, se acercó a Gustavo que estaba sentado, aturdido y ensangrentado en un banco.
"Gustavo, yo... lo siento mucho. No debí hacer eso. Quiero que volvamos a ser amigos, como antes." - dijo Lucas, con sinceridad en su voz.
Gustavo, al principio, dudó, pero luego vio la sinceridad en los ojos de Lucas y asintió.
"Está bien. Pero, prométeme que no volverás a hacer algo así."
"Lo prometo. Estoy tratando de aprender a ser mejor persona."
Como Lucas se dio cuenta, no era la muerte lo que lo asustaba, sino el arrepentimiento de un acto que lo había apartado de lo que realmente importaba: las amistades y la felicidad. Con el apoyo de Gabriel, los tres chicos comenzaron a construir puentes de entendimiento y perdón en su pequeño barrio.
Ese verano se convirtió en el mejor de sus vidas, lleno de nuevas aventuras, risas y sobre todo, un gran aprendizaje. Lucas decidió que si alguna vez sentía que su tiempo se estaba acabando, no permitiría que fuera con peleas, sino con risas.
Y así, el chico que pensó que iba a morir, en realidad aprendió a vivir con valentía y el corazón abierto.
FIN.