Un verano en el mar



Era un caluroso verano en la costa argentina. Un grupo de cinco amigos, Leo, Ana, Tomás, Sofía y Martín, decidió pasar sus vacaciones cerca del mar. Aquel día, mientras jugaban en la playa, encontraron un viejo mapa que, según decía, llevaba a un lugar secreto donde podían ver a los animales marinos de cerca.

- ¡Mirá! - dijo Ana, emocionada. - Este mapa dice que hay un área donde podemos conocer a las ballenas, los pingüinos y los lobos marinos.

- ¿Lo intentamos? - propuso Tomás, mientras sus ojos brillaban de entusiasmo.

Con el mapa en mano, los amigos se adentraron en el agua cristalina. Nadaron y nadaron, siguiendo los indicios hasta que llegaron a una hermosa bahía. Allí, el sol brillaba intensamente y el agua reflejaba un tono turquesa que parecía mágico.

De repente, un enorme cetáceo salió a la superficie. ¡Era una ballena!

- ¡Guau! - exclamó Martín. - ¡Miren lo grande que es!

- No te acerques demasiado - advirtió Sofía, recordando lo que su mamá le había dicho. - Así la podemos observar sin asustarla.

La ballena, curiosa, comenzó a saltar y a hacer splashes, creando un espectáculo impresionante. De pronto, un grupo de lobos marinos apareció en la roca cercana.

- ¡Vamos a saludar a los lobos marinos! - gritó Leo.

Mientras nadaban hacia ellos, los animales se asomaban jugando a chapotear en el agua.

- ¡Hola, amigos! - dijo uno de los lobos marinos.

- ¡La pasamos genial aquí, vienen a jugar?

Sofía se quedó boquiabierta: - ¡Un lobo marino que habla!

- No es que hable de verdad - explicó Tomás, riéndose. - Debe ser solo nuestra imaginación.

Pero el lobo marino, llamado Pepo, les hizo un gesto para que nadaran.

- ¡Vengan! ¡Vamos a jugar a la pelota! - invitó Pepo.

Los amigos decidieron unirse al juego y, junto con varios lobos marinos, comenzaron a jugar en el agua. Se reían a carcajadas mientras pasaban la pelota de un lado a otro.

Después de un rato, se dieron cuenta de que Pepo los estaba llevando hacia la orilla donde había un grupo de pingüinos.

- ¡Miren! - señaló Ana. - ¡Son tan tiernos!

Los pingüinos, que parecían un poco tímidos al principio, comenzaron a acercarse y pronto se unieron al juego. Los niños no podían creer lo que estaba sucediendo; todos, incluyendo a los animales, jugaban juntos en perfecta armonía.

- ¡Esto es increíble! - dijo Sofía. - Nunca había estado tan cerca de animales como ellos.

Pero de repente, un fuerte viento empezó a soplar, y una tormenta inesperada comenzó a formarse en el horizonte. Las olas se hicieron más grandes y los amigos sintieron que debían regresar a la playa.

- ¡Chicos! - gritó Tomás. - ¡Tenemos que volver!

- ¡Pero los animals! - lloró Ana. - No podemos dejarlos.

Los amigos se miraron con preocupación, pero comprendían que debían volver. Mientras nadaban hacia la superficie, los lobos marinos y los pingüinos los miraban con tristeza.

- ¡No se preocupen! - les dijo Pepo con voz firme. - Siempre estarán en nuestros corazones.

- ¡Volveremos! - prometió Leo.

Cuando llegaron a la orilla, el viento empezó a calmarse y la tormenta se desvaneció. Exhaustos pero felices, los amigos se miraron y supieron que habían vivido una experiencia única.

- ¡Qué verano tan increíble! - exclamó Sofía. - Aprendí tanto sobre el mar y sus habitantes.

- Sí, y no solo eso - agregó Tomás. - También entendí que debemos cuidar de ellos y de su hogar.

El grupo estaba decidido a aprender más sobre la conservación del mar y sus criaturas. Regresaron a la playa cada día para estudiar el lugar y asegurarse de que los animales estaban a salvo, compartiendo su experiencia con otros niños. Así, el verano se convirtió en una inolvidable aventura llena de amistad y aprendizaje, recordando siempre aquel mágico día en que jugaron con los animales marinos y la promesa de cuidarlos.

FIN.

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