Un viaje a la luna
En un pequeño pueblo, donde el cielo era el lienzo ideal para los sueños, vivía una niña de nombre Mia. Desde que tenía uso de razón, su mayor deseo era volar y conocer la luna. A cada instante, contemplaba el cielo estrellado, imaginando cómo sería estar entre las estrellas. Un día, mientras observaba la luna llena, Mia susurró: "¡Quiero volar hasta la luna!"-. En ese momento, su mejor amigo, Tomás, llegó corriendo.
"¿Qué tanto mirás, Mia?" - preguntó Tomás, quien siempre estaba a su lado.
"La luna, Tomás. Deseo ir allí. Debe ser increíble ver el mundo desde tan alto." - respondió ella con ojos brillantes.
Tomás se rascó la cabeza y dijo:
"Pero, ¿cómo vamos a ir? No tenemos alas ni un avión."
Mia comenzó a pensar y a imaginar. "¡Hay que buscar herramientas!" - exclamó. Juntos, decidieron reunir todo lo que pudieran encontrar por el pueblo. Comenzaron a recorrer el lugar: primero fue al taller de su papá, donde encontró tubos de metal y un par de viejos motores.
"Esto puede servirnos, Tomás!" - gritó emocionada.
Luego, encontraron una caja llena de cartones en la casa de doña Rosa, que les dijo:
"¡Pero niños, eso no sirve para volar!" - pero ellos estaban convencidos de que sí lo harían. "Nosotros vamos a construir un cohete, doña Rosa!" - le explicaron con entusiasmo.
Después de varios días de trabajo, construyeron un enorme cohete en el jardín de Mia. Sus amigos del barrio se acercaron a mirar, algunos se reían, otros se preguntaban si realmente funcionaría.
"Va a funcionar, lo sé!" - decía Mia, cubierta de pintura con la mirada firme.
El gran día llegó; Mia y Tomás se subieron en su cohete, mientras sus amigos los animaban desde abajo. Mia miró a Tomás y le dijo:
"¿Estás listo para despegar?"
"¡Listísimo! ¡A la luna!" - respondió Tomás, sin poder contener la emoción.
Contaron en voz alta: "¡Tres, dos, uno... despegue!"- Y así, el cohete comenzó a vibrar y, para su sorpresa, se alzó del suelo. Mientras ascendían, el viento les acariciaba la cara y el cielo se tornaba cada vez más profundo.
"¡Mira, estamos volando!" - gritó Tomás, lleno de alegría. A medida que se alejaban, comenzaron a ver el pueblo pequeño y luego sus casas, que se volvían puntos minúsculos. Pero pronto, algo insólito sucedió: el motor del cohete empezaba a hacer ruidos extraños.
"Oh no, ¿qué fue eso?" - preguntó Tomás, asustado.
"¡Voy a chequear!" - respondió Mia. Cuando se asomó, se dio cuenta de que un tubo se había desconectado.
"¡Tenemos que arreglarlo!"- dijo Mia. Con su ingenio, encontró un modo de fijarlo usando una de las herramientas que habían llevado.
Después de un tenso momento, el cohete volvió a funcionar y continuaron su viaje hacia la luna. Finalmente, aterrizaron con un suave toque en un lugar lleno de polvo y rocas plateadas. Al salir, ambos miraron alrededor sorprendidos.
"¡Es real! ¡Estamos en la luna!" - gritó Tomás, dando saltos emocionado.
Exploraron aquel mundo fascinado por la gravedad débil, saltando más alto de lo que jamás habían soñado. Encontraron un lugar donde recolectaron piedras brillantes y pequeñas muestras de polvo lunar.
Pero al mirar hacia la Tierra, sintieron algo diferente. La belleza del planeta era asombrosa, y la niña, comprendió que aunque la luna era mágica, su hogar era aún más especial.
"Tomás, ¿te parece que deberíamos volver?" - preguntó Mia.
"Sí, tenemos que contarle a todos lo que vimos." - respondió él.
Con sus corazones llenos de maravillas y recuerdos, Mia y Tomás abordaron el cohete una vez más. Al regresar, su ciudad los abrazó con alegría.
Al bajar, todos les preguntaron qué había pasado. Mia, entusiasmada, dijo:
"¡Vimos la luna y tenemos un montón de cosas para contar! Y lo mejor, ¡que los sueños se pueden alcanzar si trabajamos juntos!" - Todos aplaudieron, y la valentía y la amistad de Mia y Tomás inspiraron a muchos a seguir sus propios sueños.
Así, no solo habían volado hacia la luna, sino que también habían aprendido la importancia de la colaboración y de hacer posible lo imposible, mientras seguían disfrutando de cada aventura que el mundo les ofrecía.
FIN.