Santiago era un niño curioso que pasaba horas leyendo libros sobre historia y aventuras.
Un día, en la plaza de su barrio, conoció a Victoria, una niña que había llegado de España para pasar el verano en casa de su abuela.
Se hicieron amigos rápidamente, y Victoria le habló de los pueblos de su familia en la península ibérica.
- "¡Mis abuelos son de un pueblito hermoso!
Se llama Villacandra, y tiene un castillo muy viejo en la cima de una colina, lleno de historias de caballeros y princesas", le contó Victoria, sus ojos brillaban de emoción.
A Santiago le fascinó la idea y, tras hablar con sus padres, decidieron que él también podría ir a España.
Los dos amigos viajaron juntos con la familia de Victoria, y al llegar a Villacandra, se encontraron con un lugar lleno de magia.
- "¡Mirá!
Ahí está el castillo", señaló Victoria mientras corrían hacia la colina.
Santiago la seguía, emocionado.
Pero cuando llegaban al castillo, se dieron cuenta de que estaba en ruinas y no parecía tan encantador como se había imaginado.
- "¿Qué pasó aquí?", preguntó Santiago con voz apagada.
- "No lo sé.
.
.
mi abuelo siempre decía que era un lugar lleno de vida", contestó Victoria con tono melancólico.
Decididos a desentrañar el misterio del castillo, comenzaron a investigar.
Hablaban con los ancianos del pueblo, quienes les contaron historias sobre los caballeros que habían defendido Villacandra y las fiestas que solían celebrar.
- "Las ruinas son solo la evidencia del paso del tiempo", dijo Don Ramón, el más anciano.
"Si quieren, podrían ayudarme a restaurar el castillo.
Necesito manos jóvenes y energía.
"
Santiago y Victoria se miraron.
- "¡Sí!
Podemos hacerlo!", exclamó Santiago.
Así empezaron a trabajar en la restauración del castillo junto a los vecinos.
Usaron herramientas, pintaron murales y limpiaron el lugar, llenándolo de vida nuevamente.
Durante el proceso, descubrieron una puerta oculta que llevaban al sótano del castillo.
La puerta estaba cubierta de polvo y telarañas, pero entre risas y gritos de emoción, lograron abrirla.
- "¡Mirá lo que hay aquí!", gritó Victoria, al tiempo que señalaba viejas armaduras y cofres decorados.
Adentro encontraron historias pasadas: cartas, fotos y objetos que les hablaban de sus antepasados.
Aprendieron que el espíritu de comunidad y trabajo en equipo había sido lo que hizo que Villacandra prosperara.
A medida que el castillo recuperaba su esplendor, el pueblo comenzaba a revitalizarse.
Más familias comenzaron a visitar, los niños empezaban a jugar en el jardín, y los ancianos contaban sus historias, mientras el aroma de los pastelitos de la abuela de Victoria llenaba el aire.
- "Lo logramos, Santiago.
Lo hicimos juntos", sonrió Victoria mientras admiraban el castillo restaurado.
Pero entonces, ocurrió algo inesperado.
Desde la cima de la colina, vieron un grupo de turistas que se acercaba.
- "¡Mirá!¡Son de la televisión!", gritó Santiago, señalando a los cámaras.
Un programa de viajes había elegido a Villacandra para filmar su próximo episodio.
Con su esfuerzo, habían puesto al pueblo nuevamente en el mapa.
- "Juntos hemos creado algo hermoso, y ahora el mundo podrá disfrutarlo", dijo Victoria abrazando a Santiago.
Al final, el verano se convirtió en una sinfonía de risas y aprendizaje, donde Santiago y Victoria no solo descubrieron sus raíces, sino también el poder de la amistad y la importancia de cuidar el legado de sus antepasados.
Cuando volvió a casa, Santiago sabía que las aventuras no solo se encontraban en los libros, sino también en las relaciones, en el trabajo duro, y sobre todo, en los recuerdos que se construyen junto a los amigos.
- "Siempre iremos a Villacandra, ¿verdad?", preguntó Santiago a Victoria al despedirse.
- "Claro, siempre seremos amigos“, respondió ella, con una sonrisa en el rostro.
Y así, con el corazón lleno de historias y alegría, los niños prometieron seguir explorando el mundo juntos, sabiendo que la amistad es el mejor tesoro de todos.